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Crítica de: El rey de la montaña

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Caza sin límite en un enigmático bosque

Ocurre a veces que una película tras un atractivo comienzo desata unas expectativas que finalmente y tras el desarrollo de la trama, se ven poco satisfechas y se impide por tanto una conclusión acorde con dichas expectativas. En líneas generales, esto sucede con “El rey del bosque”. Su repercusión y buena aceptación internacional, especialmente en festivales de cine fantástico como Sitges o Amsterdam Fantastic, nos predisponen para que el miedo y suspense se sumerjan en nuestro cuerpo en una película abiertamente de género, y con influencias que pueden ir desde “Acorralado” hasta “Deliverance” (ambas citadas por el director). Pero es inevitable que una cierta sensación cercana a la decepción se vaya apoderando de nuestra predisposición inicial conforme van transcurriendo los minutos.

La ambientación primera nos transporta de manera inconsciente a un espacio donde el enigma cobra la mayor de las importancias y donde los personajes (identificables o no) se van convirtiendo en cómplices de una aventura en la que caben la preguntas “qué es lo que hago aquí”y sobre todo “cómo salgo de esta”. La angustia y la desorientación sobrevuela a lo largo de todo el paisaje arbolado que envuelve el film , en una historia donde Quim conoce a Bea en una gasolinera de carretera, encuentro que marcará su destino a lo largo de un camino que jamás debiera haber recorrido y en un lugar que nunca debiera haber conocido. Misteriosos disparos desde diversos puntos serán el punto inicial de una huida hacia lo oscuro, en una caza sin límites.

En su primera película de encargo, Gonzalo López-Gallego emplea los elementos del género a su libre disposición, dotando a la película de una personalidad propia que combina varias posibilidades y que le permiten aportar su particular punto de vista tanto del thriller como de la acción, recorriendo diversas técnicas, todas ellas con más o menos acierto, y en ocasiones brillantez, como es el caso de fascinantes primeros planos y endiabladas persecuciones rodadas desde una muy realista perspectiva. Gonzalo además hace uso de sus conocimientos, como partícipe de una joven generación que ha crecido con videojuegos hiper realistas, y lo traslada al mundo de la cámara creando situaciones y enfoques reconocibles en algunos juegos de aventura gráfica. Pese a esta notable dirección –técnicamente hablando- la película discurre de manera lenta en algunos tramos, y va perdiendo enteros en tanto en cuanto la linealidad se va apoderando de la historia y lo que en un principio apuntaba a una sucesión de hechos enigmáticos, se va quedando en algo poco a poco predecible.

Tampoco el desarrollo de los personajes adquiere la fuerza necesaria para que la película vaya creciendo entre huida y disparos, pese a que nos encontramos con dos buenas interpretaciones de la mano de Leonardo Sbaraglia (Quim) y de la siempre sensual María Valverde (Bea) en unos papeles con el rol cambiado, donde Quim es el personaje frágil y Bea la que parece tener el control y la serenidad en casi todo el camino que recorre junto a Quim. El resto del reparto gira en torno a estos dos personajes y en mayor o menor medida serán un eje fundamental en sus respectivos desenlaces finales.

No es ni la clásica película aburrida que nos hace bostezar en la butaca, ni tampoco la apasionante aventura que recordaremos durante todo el año. Pero tiene todos los ingredientes para mantenernos firmemente en la butaca, con poco pestañeo y la agradable sensación de estar pasando un rato entretenido, que no es poco.


sergio_roma00@yahoo.es

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Crítica de: Los girasoles ciegos

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En busca del sol


Hay personas que por las circunstancias que les ha tocado vivir, o por una época en concreto, se orientan sin una brújula que les pueda indicar el norte o lo que es peor, sin capacidad para apreciar la luz que pueda llegar en algún momento a servir de guía. Se podría decir que este tipo de personas son como girasoles ciegos, personas a las que la luz de la vida no les llega directamente. La Biblia habla – tal como se dice en la película- de girasoles ciegos, como “personas desorientadas, que no ven el sol y andan dando tumbos cada uno por un lado”. Sólo los que tienen capacidad para girar libremente pueden verse castigados por esa misma luz que antaño les hacía moverse en una dirección concreta. Una batalla perdida en medio de un campo de naturaleza muerta.

Esta es una historia principalmente de perdedores, de dichos girasoles que tuvieron que compartir resquicios de luz con la poderosa oscuridad que lo anhela todo, y sobre todo de luchas constantes por sobrevivir a un destino injusto, plagado de obstáculos en un camino donde sólo existe la posibilidad de la digna huida o la cobarde y triste permanencia, en una decisión que pocos debieran prejuzgar de antemano.
También se trata de una película de silencios, algunos plácidamente buscados, y otros en cambio (los más) injustamente obligados. Silencios que se van transformando poco a poco en secretos y en mentiras que pueden salvar una vida, y en definitiva en una manera de vivir de espaldas a la realidad, con la esperanza como el único motor de un ser humano que poco a poco se va desvaneciendo entre la oscuridad de dicho silencio y la crueldad del olvido.

Dijo en una ocasión Jose Luis Cuerda: “siempre me han gustado las historias de moral difícil”, y a buen seguro que en este caso Jose Luis se siente plenamente satisfecho con el hallazgo y posterior desarrollo de esta historia, inicialmente expuesta en la novela homónima de Alberto Méndez y adaptada para esta película por el guionista recientemente fallecido Rafael Azcona y el mismo director. Si bien la novela se compone de varios relatos, para la adaptación se ha decidido llevar a la pantalla dos de ellos, y en concreto la última historia de este magnífico libro, que trata sobre un profesor de literatura republicano obligado a esconderse tras un armario habilitado para la ocasión, después de la Guerra Civil española y en temor a las represiones sufridas en esa época. Jose Luis siempre ha dejado claro que sus adaptaciones no tienen por qué ser una versión estrictamente fiel de la novela, sino que más bien se trata de una idea desde la que partir, y un conjunto al que darle forma a su estilo y pensamiento. Y esto también queda plasmado en esta película, donde existen variaciones tanto en la ubicación (Ourense) ante la imposibilidad de encontrar en la actualidad un Madrid de la época como en la novela, como en las personalidades de algunos personajes como el de Salvador, al que el escritor Alberto Méndez le otorga un grado más grave de arrepentimiento (y por tanto de confusión) que el que se refleja en la película.

El trío protagonista lo conforman Javier Cámara (Ricardo) en una interpretación sobria, sin apenas resquicios para la sonrisa a la que tantas veces nos tenía acostumbrados, y con una seriedad digna del personaje que interpreta, consiguiendo la palidez (física y psíquica) necesaria para constituir una actitud que en ningún momento quiere perder la dignidad, pero que poco a poco se va autodestruyendo por las circunstancias. Sin duda alguna Javier rinde su particular homenaje a tantos “Ricardos” de la época con su buena interpretación. Ricardo siempre se verá apoyado por su sufrida mujer (Elena) en otro magnífico trabajo por parte de Maribel Verdú que sigue desarrollando una excelente carrera (que no ha pasado desapercibida para Francis Ford Coppola) y que en este caso y con un registro que maneja a la perfección consigue dar vida a un personaje que refleja en todo momento sufrimiento, dolor y especialmente tristeza. Pero sin duda alguna, el papel más complejo es el del diácono Salvador, brillantemente interpretado por Raúl Arévalo que logra mutarse en la piel de un aspirante a sacerdote de tal manera que gestos, silencios, miradas y diálogos resultan altamente convincentes, y permiten que el personaje sea el eje a través del cuál se desarrolla toda la historia de manera más o menos intensa. Los secundarios Martín Rivas, Irene Escolar, Jose Angel Ejido y Roger Princep cumplen con acierto pese a sus breves intervenciones, aunque sea difícil olvidarse que el niño no siga viendo los fantasmas de “El orfanato”.

“Los girasoles ciegos” se trata de una buena película; una historia bien contada, formalmente sobria y correcta manteniendo el espíritu de la novela y con un trasfondo (levemente) político aceptable y en esta ocasión, necesario. Quizás se eche en falta una mayor amplitud en la historia paralela que se describe al inicio (la de Lalo y Elenita) y que se mantiene viva a lo largo de todo el metraje más por pequeñas alusiones que por plenas secuencias y situaciones que la historia claramente se merecía, y que aunque hubiese alargado la película, la habría enriquecido de manera importante.

Pese a esto último, el conjunto puede que sea la mejor obra de Jose Luis Cuerda, muy al estilo de “La lengua de las mariposas” pero con un guión más elaborado y complejo. Una película para la reflexión y la tristeza con la historia de rencores como telón de fondo. Una historia que conmueve y encoge el corazón. En definitiva, una nueva ocasión para reencontrarnos con un pasado que no por lejano debiera caer en el olvido.

sergio_roma00@yahoo.es



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Crítica de: Che, el argentino

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Pasajes de revolución

Acometer la complicada labor de llevar al cine la emblemática figura del Che Guevara con todo su trasfondo político, social y humano, requiere un mínimo de valentía, pero sobre todo talento y capacidad de transmitir todo lo que dicho personaje reflejaba a través de sus comportamientos y actitudes. Que el norteamericano Steven Soderbergh tiene talento para la dirección creo que a estas alturas de la película (nunca mejor dicho) está fuera de toda duda tal como lo confirman cintas tan interesantes como “Sexo, mentiras y cintas de video”, “Traffic” o las ya más comerciales “Ocean's”. Pero que Soderbergh haya podido emplear dicho talento en lograr un film acorde con el perfil del personaje, eso ya es harina de otro costal, y habría que analizarlo más detenidamente.

Partiendo de la base de que nos encontramos con un gran actor como es Benicio del Toro, y que además cuenta con el afortunado (para desarrollar este papel) parecido con Ernesto Guevara, podremos concluir que hay mucho ganado para que este proyecto llegue a buen puerto. Pero como es natural, son necesarios más factores, como por ejemplo un desarrollo psicológico y humano de la figura del Che, así como de la guerrilla que le acompañaba y del propio Fidel. Es necesaria una perfecta captación de lo que fue el movimiento revolucionario y su significado, y saber exponerlo milímetro a milímetro a través de cada fotograma para que se pueda llegar a un entendimiento global de lo que la figura del Che representó, y aún representa en nuestros días. Y ahí, lamentablemente, es donde más se flojea.


Benicio del Toro realiza una meritoria labor de identificación con el Che, el mencionado parecido físico ayuda a que en muchas ocasiones nos encontremos con el personaje perfectamente reflejado como si de una reencarnación se tratase, pero de igual modo en no pocas ocasiones también, no se encuentran aspectos esenciales de su personalidad y conducta, principalmente porque el guión no lo establece así, como por ejemplo no encontrarnos en ningún momento al Che escribiendo en la selva cuando fue uno de los aspectos más importantes de que sus aventuras hayan llegado a nuestros días con cierta fidelidad. Y del mismo modo en una sola ocasión aparece leyendo. Aún así, el resultado final se podría definir de aceptable, incluidos personajes como Fidel Castro (Demián Bichir) y compañeros de guerrilla como Celia Sánchez (interpretada por la española Elvira Minguez) o Camilo Cienfuegos (Santiago Cabrera). Los diálogos, sin ser sublimes, sí resultan enriquecedores y bien elaborados y ayudan a la comprensión de algunos aspectos de los ideales revolucionarios.

Existe una buena conjunción de tiempos, diferenciándose tres principalmente: la aventura en la selva, la entrevista con una periodista norteamericana y su intervención ante los representantes de los demás países. Los tres momentos se intercalan con precisión y acierto y permiten un desarrollo algo más accesible dentro de los momentos algo tediosos que se soportan en algunos puntos bajos de la película. Tampoco la labor realizada por Alberto Iglesias en la música resulta excesivamente notable e incluso las escenas de acción aunque correctas podrían haber sido algo más espectaculares y con ello haber ganado el conjunto en dinamismo y acción, algo de lo que adolece en no pocos instantes.

Como el metraje total resultó excesivamente largo (más de 240 minutos), se optó por dividir la película en dos, tal como hizo Tarantino con Kill Bill, y con ello recibir doble beneficio, por lo que próximamente llegará “Guerrilla” para continuar la inacabada “Che, el argentino”, y poder examinar la película en su conjunto.

No nos encontramos ni ante la película definitiva sobre el Che Guevara, ni ante el inmortal actor que mejor le encarnará (como tan bien lo ha conseguido Christian Bale con Batman) pero sin duda alguna que se trata de una interesante versión y un aceptable entretenimiento acerca de una de las figuras más controvertidas e importantes de todo el siglo XX.sergio_roma00@yahoo.es

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Crítica de: El tren de las tres y diez

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El duro camino hacia la estación de la dignidad


Desde que Michael Mann lograra juntar a Al Pacino y Robert de Niro y por ende la contraposición del bien y del mal, lo honesto y lo prohibido en aquella arrebatadora "Heat", las comparaciones cada vez que surgen dos personajes similares a aquellos, además de ser odiosas, resultan inevitables. Este remake del western de 1957, del mismo nombre, se podría tomar como una modernización no sólo de aquella película, sino del género mismo del western, un género que por si solo no vende con fluidez en estos momentos, pero que con productos como el que nos ocupa, ofrece un resultado sumamente interesante.
Aún manteniendo algunos clichés del género, incluidos exteriores, vestuario y personajes, este film adquiere algún que otro rasgo propio, moderno e incluso innovador, que permite el visionado no sólo a los propios aficionados al western, sino a cualquier tipo de público que guste de películas de acción, e incluso de intriga pese a que no estemos ante una historia en ningún caso excesivamente compleja. El guión, pese a ser en apariencia sencillo, está desarrollado de tal manera que engloba momentos de inquietante emoción, con otros de relativa calma controlada, y también como no, de trepidante acción bajo la sombra de los revólveres.

Pese a no ser un especialista del género, y al parecer moverse con mayor soltura en el terreno dramático, James Mangold consigue un resultado más que aceptable sobre una base bastante sólida. Las escenas son las adecuadas en cada momento y apenas sobra espacio para la monotonía, intercalando momentos pausados con dinámicas aceleraciones llevadas con audacia y gran orientación, demostrando un dominio real sobre los tiempos y unas ganas de conseguir captar la atención del espectador no sólo con fríos momentos de acción sino también con templados pasajes donde los inteligentes diálogos y las magníficas actuaciones rodean la película de un ligero aura épico.

Sin duda alguna la gran baza de este film, y el gran acierto estriba en las sensacionales interpretaciones de los dos personajes principales y de uno de los secundarios. Por un lado (el "bueno"), nos encontramos a un Christian Bale tocado por los dioses. Si con Batman ya ha conseguido su consagración definitiva, en esta película no se queda atrás en cuanto a buena adaptación a un personaje (Dan Evans), al que dota de unos rasgos tan característicos que deja perfectamente perfilado su modo de pensar, de manera que uno puede llegar a aventurarse en las futuras decisiones que dicho personaje pudiera llevar a cabo para satisfacer sus objetivos. En el lado opuesto (el "malo"), y no con menos acierto, nos encontramos a un Russell Crowe que pareciera haber nacido para interpretar a este personaje (Ben Wade). Un pistolero inteligente, locuaz y en ocasiones romántico (en el sentido más idealista del término) que conquista sin pretenderlo y persigue sus fines sin dudarlo. El enfrentamiento no sólo físico, sino moral e incluso filosófico es uno de los grandes atractivos de esta historia, que poco a poco nos va llevando a un final cargado de tensión e intriga en busca de un tren con destino a la cárcel de Yuma. No podemos olvidarnos de un genial Ben Foster (Charlie Prince) como fiel escudero de Ben Wade, en una caracterización especialmente excitante..

Acción perfectamente diseñada, diálogos con estilo propio y una puesta en escena más que adecuada entre personajes muy sugerentes, hacen que nos hallemos ante una película de sumo interés y ante una buena oportunidad de pasar un rato más que entretenido mientras apostamos si llegarán o no a coger ese tren con destino a Yuma.
sergio_roma00@yahoo.es

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Crítica de: Lo visible y lo invisible

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Historia de un pintor de batallas

Si catalogásemos a esta película como abiertamente de sentimientos humanos, no andaríamos muy descaminados en su apreciación, y aunque habría que matizarlo, definiríamos muy bien el fondo último de este drama alemán.

El veterano director Rudolf Thome nos plantea una historia cargada de emotividad, donde cada silencio es un grito desesperado por reivindicar un espacio, y cada susurro se adentra en el vacío de la soledad pasajera donde conviven añoranza y desesperación en una amplia llanura de emociones encontradas. Thome con una impecable dirección nos muestra las múltiples caras del amor, centrándose sobre todo en dos: la amable y rutinaria, y la canalla y vulgar, ambas con sus eternas contradicciones, donde posicionarse resulta ciertamente complicado.


El film narra la historia de Marquard, un pintor consagrado y su ardua tarea por encontrar un norte cuando la carrera ha llegado a la cima, y la motivación se diluye poco a poco en cada lienzo. A su vez, se verá envuelto en dos amores completamente diferentes, por un lado la complicidad y el verdadero amor de María, y por otro la juventud y frivolidad de Angie. Finalmente será su relación con su hija la que marque el sino de su voluntad y el final de un trayecto sin rumbo concreto y con equipaje ligero.

Sería difícil ponernos en la piel del excéntrico pintor Marquard si no hubiese un excelente trabajo interpretativo por parte de Guntram Brattia, en un papel extremadamente complejo y solventado de manera sobresaliente en lo que posiblemente sea el mejor trabajo de su carrera. La veterana Hannelore Elsner ofrece la perfecta complicidad para lograr que el artista se vea en disyuntivas de difícil solución.

La historia se presenta como excesivamente lenta, con pasajes de indudable belleza, ya sea artística como narrativa pero con momentos que pudieran llevar al ligero tedio, aún entendiendo la necesidad de dicha acción pausada. No existen giros sorprendentes de guión, y la historia en sí misma se va fortaleciendo por la acumulación de emociones, sentimientos y miradas que se dibujan con pincelada suave y fugaz en un ambiente de ambigua calidez.

Si diferenciamos el alma humana entre lo que se muestra y lo que se esconde, hallaremos pleno sentido al título de esta película “Lo visible y lo invisible”, donde una parte importante se expone nítidamente, y otra no menos importante se refugia en los oscuros recovecos donde la palabra enmudece, y el pensamiento se transforma en el único vínculo con el yo interior.

sergio_roma00@yahoo.es