Geografía humana con sabor asiático
A estas alturas, con esta película a las puertas del estreno, y aún siendo todavía una corta filmografía, creo que ya se puede comenzar a hablar sobre un universo propio y particular de la hábil cineasta catalana Isabel Coixet. Si bien es cierto que su cine resulta variado en cuanto a temas e incluso en cuanto a estética, no menos cierto es que se puede observar un cierto nexo común, fácilmente perceptible y siempre en relación con el alma humana y las conexiones internas entre personas en apariencia distantes entre sí. No siempre es un cine que agrada al público y en algunos casos la indiferencia asoma a la puerta de sus estrenos, pero en todo caso siempre debiera ser un acontecimiento a tener en cuenta cualquier nuevo proyecto de esta audaz directora.
“Mapa de los sonidos de Tokyo” se configura desde su inicio como un thriller de emociones pausadas, para poco a poco ir transformándose en un drama de sentimientos inmersos en un oscuro rincón sin apenas aire, que se encierra en un enigmático mundo de innatas percepciones. Dentro de este mencionado universo, o quizás más apropiado el término “geografía”, Coixet da rienda a suelta tanto a pasiones tan conocidas como reivindicativas, y a una forma de ejercer el oficio con libertad de ideas y forma, pero en ocasiones con referencias tanto explícitas como causales.
Lo primero que conviene destacar, es la fascinación, e incluso seducción que está provocando el cine, la vida, el pensamiento y en general el modo de vida del continente asiático en Occidente, y a la que no ha escapado (más bien lo contrario) Isabel Coixet, cayendo rendida tanto a la ciudad de Tokio como a sus habitantes y tanto al cine asiático como a sus modelos de vida. No es evidentemente la primera; ya Wim Wenders con “Tokyo ga”, Michael Grondy con “Interior Design”, Peter Greenaway con “The pillow book” o más recientemente Doris Dörrie con “Cerezos en flor” dieron claras muestras de dicha fascinación y admiración, al igual que la conocidísima “Lost in traslation” de Sofia Coppola, aún siendo esta la que más de puntillas se acerca. Este viaje formal, además de físico contribuye a que nos encontremos con un cine de altas miras, donde confluyen diversos matices y una agradable mezcla de culturas reflejadas en varios aspectos que sólo el cine podría ofrecer.
La historia del suicidio de una joven japonesa y las posteriores consecuencias que ello trae, a priori no resulta excesivamente atractiva. Cuando el padre de dicha joven responsabiliza de su muerte a su novio (el español Sergi López) y decide contratar a una asesina a sueldo para matarle, entonces el interés va a aumentando y la curiosidad por conocer un primer desenlace (con el encuentro de ambos) y un segundo (a partir de entonces) se convierte en el hilo con el que se nos pretende atrapar a lo largo del film.
El guión está elaborado de tal manera que todo discurre de manera intensa pero pausada, narrado desde la voz de un anciano japonés que entabla una extraña amistad con la protagonista y cargada de sutiles matices que en ocasiones enriquecen la película y en otras la adormecen sin necesidad alguna.
Dos personajes contrapuestos e inmersos en su propio y oscuro mundo particular confluirán en un solo punto, escenificado posteriormente en una habitación de hotel, donde además de profundizar en sus sentimientos podrán disfrutar de largas noches de sexo dirigidas de manera en general acertada si exceptuamos la absurda e innecesaria intención de presentarnos escenas de sexo donde domina la mujer en un intento de reivindicar la feminidad de manera más bien equivocada.
Tanto Sergi López como especialmente Rinko Kikuchi, consiguen que esta explosión de almas hundidas se materialice en un sinfín de situaciones sensuales, y cargadas de fuerza interpretativa. Miradas oblicuas, diálogos sinceros pero íntimos y un especial interés por ser escuchado aunque sólo sea una noche, consiguen que la pareja adquiera una especial química que se traslada a todos los terrenos, incluyendo de manera casi imperceptible el romántico.
Qué duda cabe que el sonido adquiere gran importancia en la película, que sin llegar a ser determinante en ningún caso, sí está presente de manera directa tanto en la vida de los personajes, como en el estricto aspecto formal, del que la propia directora se ha implicado profundamente para conseguir un resultado, que para ella posiblemente sea necesario con lo que quiere exponer. La sensación en este sentido es agradable, y saber que estamos ante una pequeña parte de una ciudad un tanto desconocida, a través de sus sonidos no puede perjudicar en ningún caso el resultado final.
Pero es la fotografía, de manera también pretendida, y en este caso a modo también de homenaje, uno de los aspectos que más destaca de la película, conformando todo un abanico de deslumbrantes imágenes, enigmáticos pasajes y espectaculares secuencias que acompañan a una historia interesante aunque algo escasa de contenido. Unas imágenes que ponen de manifiesto la admiración de Coixet por el fantástico director Wong Kar-Wai, y que nos confirman a Jean Claude Larrieu como un extraordinario director de fotografía.
La película se sostiene sin mucho esfuerzo aupada por interpretaciones, imágenes y una historia atractiva; aunque probablemente se esperaba bastante más de una cineasta que está a un paso de hacerse un hueco importante entre la vanguardia contemporánea internacional.
En cualquier caso, un mapa con el que no nos perderemos en el agradable viaje de degustar buen cine.
sergio_roma00@yahoo.es