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Crítica de: La llave de Sarah

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Eterna tristeza

Vivir con el peso de la culpa, de lo que se podía haber evitado, de lo que nunca debió ocurrir, es una carga demasiado importante para sobrellevarla sin ningún tipo de problema a lo largo de los años. Cuando la pequeña Sarah, en la época de la caza de judíos durante el gobierno colaboracionista de Vichy en Francia, intenta salvar la vida de su hermano pequeño, se creará en torno a ello una situación de desesperación y angustia con la llave como principal protagonista y única confidente.

Aunque el suceso ocurre en 1942, el director francés Gilles Paquet-Brenner, inspirado en la exitosa novela de Tatiana de Rosnay, elabora toda la historia en dos épocas concretas. Por un lado la época en la que suceden los acontecimientos trascendentales, y por otra el año 2002, fecha en la que la periodista Julia comienza casi de manera casual a investigar todo lo sucedido y en concreto el devenir de la vida de Sarah.

Alejándose por completo de sentimentalismos convencionales, y contando la historia con una corrección extrema y una elegancia indudable, el director francés conlleva ambos relatos con un gran acierto hasta hacerlos confluir de manera dinámica y con un estilo firme. Tanto las interpretaciones de Sarah (Mélusine Mayance ) como de Julia (Kristin Scott Thomas) son tan estupendas, que permiten seguir la historia con coherencia y emoción, con ese punto necesario de intriga y drama que enriquece la historia hasta convertir el devenir de la misma en un momento intenso y vibrante.
Aunque la película toca temas ya conocidos, sobre la barbarie nazi, lo hace de una manera tan bien estructurada y tan bien coordinada que inmiscuirse por completo en la historia resulta una tarea sencilla y convierte al espectador no sólo en un testigo contemplativo sino en un visitante indignado y dolido con todo lo que sucede.

Aunque Sarah guardaba la llave que debía salvar a su pequeño hermano, Julia tendrá la llave que le permite investigar sobre la posterior vida que llevaría Sarah, la familia que pudiese haber formado y sobre todo la experiencia personal de aquellas fatídicas fechas.

Un drama solemne, avalado y protegido por el éxito de la novela homónima, pero con unos rasgos personales y propios que la convierten en una excelente opción en la cartelera navideña y una importante oportunidad de acercarse una vez más a una época histórica que no por terrible resulta eminentemente interesante.


sergio_roma00@yahoo.es

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Crítica de: Historias de la edad de oro

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Rumania legend


La revisión años después de un régimen dictatorial planteada desde un discurso irónico pero sin perder la postura de compromiso, supone ya de por sí un ejercicio saludable y reconfortante no sólo para los que lo sufrieron, sino para los que apenas tuvieron conocimiento de ello. El director Cristian Mungiu reconocido en Cannes por su película magnífica película “4 meses, 3 semanas, 2 días”, es el auténtico artífice y motor de este interesante proyecto que se propone en clave tragi-cómica hacer un repaso en apariencia superficial pero con trasfondo político y social a una época complicada y sumamente oscura.

Aunque esta película está narrada en la misma época que “4 meses, 3 semanas, 2 días”, el tono es abiertamente diferente. Si aquella el drama más encarnizado lo envolvía todo de una manera sublime, en esta ocasión se opta por transmitir lo mismo pero de una manera más amable, burlesca y en un plano de aparente sencillez. A través de cinco historias, cinco leyendas urbanas y con cinco directores rumanos distintos se proyecta un momento histórico, cultural y social trascendental en la vida política europea, y se hace transformando la triste realidad en cinco historias divertidas, curiosas y mostrando una mirada que sin alejarse de una crítica indirecta se mueve por terrenos donde tiene cabida el humor, el absurdo de las situaciones y el más estricto y reflexivo drama moral urbano o rural.

Aunque las cinco historias están rodadas por cinco cineastas rumanos, la mano de Mungiu es evidente, y sumamente importante no sólo en la proyección internacional del film, sino también en su estilo narrativo y en su manera de proponer alternativas cinematográficas a una visión histórica complicada y con numerosas lagunas.

Los actores no son conocidos en el plano internacional, pero sí podemos reencontrarnos con aquel despiadado médico sin escrúpulos de “4 meses, 3 semanas y 2 días” Vlad Ivanov en un papel muy distinto y en un nuevo acierto interpretativo que enriquece su historia de manera notable.

Es sin duda la primera historia, la más divertida, simbólica y la que nos deja un cierto recuerdo melancólico de nuestra querida “Bienvenido Mr. Marshall” del maestro Berlanga. Un estupendo inicio para lo que va a ser un viaje entretenido, curioso y con un gran valor histórico aunque se disfrace de narrativa superficial.

Nueva aportación de un cine rumano que además de la mencionada película anterior de Mungiu, nos dejó hace poco tiempo la interesante "California Dreamin", del tristemente fallecido Cristian Nemescu. Un cine que se asoma con lentitud, con discreción pero con muchísimo estilo, profesionalidad y aparente veteranía.

Cuando las leyendas nos invitan a reflexionar.


sergio_roma00@yahoo.es

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Crítica de: Balada triste de trompeta

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Todos los juguetes sobre la mesa


Si algo caracteriza el cine de Alex de la Iglesia es quizás su poderosa atracción posmoderna a base de artificios estrambóticos. El exceso y esa capacidad de búsqueda de lo sorpresivo, lo arrebatador, hacen de Alex uno de los cineastas más destacables en el plano nacional, y también internacional. Su interesante filmografía tiene varios rasgos en común, y algunos de ellos, se reencuentran en esta película, confirmando un sello tan particular como inimitable.
De “Muertos de risa” tenemos la lucha entre dos personajes (esta vez payasos en lugar de humoristas), así como de “La Comunidad” podemos disfrutar nuevamente de una galería de personajes secundarios imprescindibles, y un humor negro terriblemente divertido.

El problema es que hay otros aspectos que resultan menos agradables, debido a su repetición. Esos finales siempre tan al límite (casi idéntico en este caso al de “La Comunidad” o “El día de la bestia”) nos hacen ingresar en un incómodo “dejau vu” que sólo puede funcionar para alguien que es virgen en el visionado de la filmografía del director. Es en este sentido es decepcionante no encontrar alternativas que puedan asombrar o no vislumbrar caminos alternativos por los que dirigirse sin ningún tipo de complejos. Finales excesivos, cargados de acción y emoción (a veces edulcorada) que en ocasiones demuestran el talento (innegable) del director en cuanto a su capacidad de transmitir y de generar cine, pero en líneas generales pierden efectividad a base de ser excesivamente reconocible.

La película no puede tener un influjo más poderoso ya desde el comienzo, con unos títulos de crédito realmente sensacionales en cuanto a música y en cuanto a imagen. Tras ellos la Guerra Civil. Es aquí donde la película comienza cojeando debido a la poca verosimilitud del relato histórico y sobre todo de los personajes. El humor se mezcla con la historia de una manera un tanto extraña, que no funciona ni por el sentido cómico ni por el trágico o dramático, a pesar de los esfuerzos de secundarios como Fran Perea o Fernando Guillén. El discurrir de esta “balada” mantiene cierto interés y aunque continua con irregularidades, en líneas generales contiene cierto atractivo especialmente para los que anteriormente hayan disfrutado con el cine del director Alex de la Iglesia.

Son sin duda los dos actores principales, Carlos Areces sensacional y sobre todo Antonio de la Torre en absoluto estado de gracia los que dan el mejor tono a la película, los que sostienen todo el metraje con gallardía y los que hacen medianamente bueno un guión que parece no caminar con pie demasiado firme. En cambio Carolina Bang, a pesar de tener en sus manos un papel jugoso, no consigue darle la consistencia suficiente como para ponerse al nivel de su dos compañeros.

Para los amantes del cine de Alex, será una nueva oportunidad de disfrutar si no se le busca tres pies al gato, o al payaso, qué duda cabe. Para los que busquen un grado más de exigencia puede resultar decepcionante. En general triunfará en taquilla, pero dejará el sabor amargo de la oportunidad perdida, aún pareciendo haber puesto toda la carne en el asador, o todos los juguetes encima de la mesa.


sergio_roma00@yahoo.es

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Crítica de: Todas las canciones hablan de mí

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Las consecuencias del amor
Las relaciones personales en general, y las de pareja en particular es un tema bastante recurrente en el cine español. En cierto modo porque funciona, y en cierto modo porque se ha realizad con acierto en la mayoría de los casos. Los precedentes son innumerables y las referencias casi infinitas. En este caso nos hallamos ante la ópera prima del hijo de Fernando Trueba, Jonás Trueba. Y para ser su primera película, nos encontramos ante una obra ciertamente destacable. Moderna en su perspectiva, y clásica en su planteamiento, pero con ese punto de personalidad que nos permite diferenciar la obra de autor, de cualquier otra obra del montón.

Una pareja que acaba de poner fin a su relación es el punto de partida desde donde la historia se moverá por parámetros de factura diversa, con el único punto en común de dejar desarrollarse a unos personajes que naufragan bajo la amenaza del ciclón de la desesperación y que sobreviven como pueden al fantasma de la nostalgia.

En el cine del joven Trueba podemos encontrar tantas referencias cinematográficas como musicales, todas ellas bañadas en una banda sonora contemporánea y embriagadora. No es difícil sentir el eco del mejor Truffau (Jules y Jim) en no pocas secuencias de la película y reconocer la innegable deuda que el cineasta español mantiene con la maravillosa Novelle Vague y sus influencias. De este modo la historia se desarrolla con fluidez, en muchos casos con un destino poco certero, y en algunas ocasiones con secuencias de brillante factura que nos permite reconocer la personalidad de un autor con talento y a tener en cuenta en el futuro.

Madrid será el marco imprescindible e inconfundible en el que los personajes recorrerán calles emblemáticas, cafés interesantes y bares con encanto, otorgando a la ciudad un importante y destacado papel, y consiguiendo sacar lo mejor de ella y lo más significativo. Junto a ella, la música adquirirá su correspondiente importancia, y canciones de Cristina Rosenvinge, Nacho Vegas o música de Perico Sambeat compondrán una banda sonora dinámica, moderna e independiente que encajará a la perfección con el clima de insatisfacciones y desesperanza en el que se mueven los personajes. Incluso la sensual “Canción para follar” de Aroah, tiene perfecta cabida sin que pierda un ápice de concordancia en ningún momento.

Los dos personajes principales están protagonizados por un correcto Oriol Villa (“Salvador”) y una más que interesante Bárbara Lennie, que si ya nos convenciese en la irregular “Las trece rosas”, en esta película se la comprueba cómoda y desarrolla el personaje con suma facilidad y acierto considerable. En torno a ellos dos se mueven secundarios que aportan la sutil comedia que la película contiene en su justa y agradecida medida, destacando el hallazgo de un Bruno Bergonzini sencillamente insólito.

En Jonás Trueba hay también, como hemos dicho antes, una importante influencia literaria que en todos los sentidos enriquece a la película, tanto en diálogos como en actitudes. Nos encontramos en este sentido con que “La ignorancia” de Milán Kundera ,o “Cuadernos de todo” de Carmen Martín Gaite adquieren un importante papel, así como la poesía de Pessoa o de Alejandra Pizarnik se convierten en voces poéticas destacables en uno u otro sentido.

Todo ello hace que “Todas las canciones hablan de mí”, lejos de parecer un simple drama generacional o costumbrista, sea trate de un drama con sustancia, en muchos puntos original y con un sello personal y meritorio que hacen de una película pequeña un pequeño destello que se mantiene en la memoria.


sergio_roma00@yahoo.es

puertas

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Crítica de: NEDS

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Lejos de los maestros del género.

No es la primera vez ni mucho menos, que existe un acercamiento cinematográfico al mundo de la adolescencia desde multitud de prismas. El más eficaz y menos arriesgado a la hora de realizar una película es sin duda alguna los conflictos que se crean en torno a esta edad, los problemas que se suceden y sobre todo la búsqueda de una identidad que en un punto determinado se ha perdido o se encuentra difusa. En este sentido, podemos hablar desde su vertiente más comercial con “Mentes peligrosas” con la intrépida Michelle Pfeiffer, hasta películas más crudas que afrontan el problema desde una perspectiva más profunda, como la extraordinaria “Ciudad de Dios”.

“No educados y delincuentes” es la base en la que se centra este drama juvenil que toma como raíz principal la metamorfosis que se produce en una mente joven prácticamente pura y virginal hasta convertirse en un adolescente delincuente, estudiando como influencias decisivas de este nuevo comportamiento las bases familiares, culturales y sociales.

El actor y director Peter Mullan afronta un proyecto que no le es en absoluto indiferente y que ha vivido en su propia piel aunque de manera probablemente más suave. Y lo hace con muchísima voluntad pero con poco acierto en no pocos momentos que se antojan fundamentales. La película al subgénero no aporta nada, se disfruta con relativa facilidad y en este sentido es agradable, pero no consigue el punto de emoción o empatía que necesita para que discurra por cauces más trascendentes. No se trata de una más en el sentido más estrictamente negativo, pero sí de una película que al no mostrar nada nuevo se queda como un puro producto entretenido al que poder comparar y encasillar con otros del mismo estilo.

Toda la fuerza tanto dramática como emotiva la aporta el novel y actor no profesional Conor McCarron. Su gesto concreto, su facilidad para tratar de tú a tú a la cámara sin ningún complejo, y sobre todo su expresividad dentro de gestos aparentemente convencionales adquieren tal grado de realismo que lo convierten en el auténtico bastión en el que la película se sostiene. En este sentido, es inevitable la comparación con aquel debut de Thomas Turgoose que siendo también un actor no profesional consiguió un excelente trabajo en “This is England” y más tarde en “Somer´s Town”, ambas película del inglés Shane Meadows y con cierta similitud en el subgénero tratado, aunque con más acierto.
Es evidente que Mullan bebe de diversas fuentes en cuanto a cine social se refiere, que van desde Einstein hasta Danny Boyle, pasando evidentemente por el neorrealismo italiano, y sobre todo el auténtico dominador del género Ken Loach. Con este último intervino en películas como “Riff Raff” y “Mi nombre es Joe” (película que le valió el premio al mejor actor en el Festival de Cannes del 98). De Loach absorbe casi todo. Y algunos aspectos los aborda con tacto, pero otros los trata de una manera excesivamente superficial. En este aspecto, es sin duda Andra Arnold, con películas como “Red Road” o “Fish Tank” la que mejor ha sabido entender la esencia de este tipo de cine y la que mejor se ha acercado a un submundo complejo pero intenso, oscuro pero vital.

“Neds” adolece de un realismo más profundo, le sobran momentos surrealistas que lejos de aportar algo interesante ridiculizan al personaje, y le falta un mayor acercamiento a la realidad urbana así como a la realidad familiar de manera que el puzle se vaya formando sin sobresaltos y sin perspectivas abruptas de una situación difícilmente adaptable al ambiente creado.

Una película que se puede recomendar, que entretiene, pero que no se eleva a la categoría de imprescindible y que está lejos de los maestros del género.


sergio_roma00@yahoo.es