Crítica de: Alicia en el país de las maravillas

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Radiante explosión formal

A estas alturas, cualquier nuevo estreno de Tim Burton supone ya de por sí todo un acontecimiento cargado de expectación. Y es que el niño travieso de Los Angeles se ha ganado a pulso un hueco de honor en ese complicado y poco habitado cetro donde se adhiere la respetabilidad cinematográfica. Con un universo propio, terriblemente auténtico y donde lo normal deja paso a un esquema ilusorio, irreal y fascinante de los mecanismos humanos, Burton ha sabido llevar su carrera con personalidad e inteligencia. Alternando películas de encargo con proyectos más personales, se ha reencontrado a sí mismo y ha conseguido un estatus que le permite una mayor independencia, o lo que es lo mismo un mayor divertimento personal, lo cuál se aprecia constantemente en sus películas.

Y en esas estamos con el estreno de esta esperada versión de “Alicia en el país de las maravillas”. Película homónima de la novela de Lewis Carroll y una de las más complicadas de realizar, no sólo en cuanto a la mecánica de rodaje (ha tenido que invertir su proceso de trabajo habitual) sino a la dificultada de trasladar el universo que Carroll creó en 1865 y darle la consistencia necesaria para mantener viva su esencia. Es en este aspecto precisamente donde la película flojea deliberadamente. Con una profunda decepción comprobamos que Burton saca a relucir su lado más conservador, y lejos de aventurarse en un complicado ejercicio de traslación psicológica se conforma con presentar y adaptar personajes en un escenario –esto sí- fascinante. Se despreocupa por completo de captar el sentido último de la novela, o ni siquiera de aportar su particular punto de vista respecto a la misma, para simplemente recrear tradicionalmente un conservador cuento de hadas en que el mayor punto fuerte lo encontramos en la forma (incluyendo su proyección en 3D) sin darle mayor importancia al fondo.

En este aspecto (la forma), Burton vuelve a deslumbrar con una explosión de colorido, fantásticos personajes (extraordinarios los gemelos gorditos) y una música tan adecuada que resulta difícil separarla de la historia. Los personajes ganan enteros en cuanto a su estructura, aunque en algunos casos (Johnny Depp y Mia Wasikowska principalmente) pierden muchísima fuerza por culpa de unas interpretaciones poco resolutivas. Deep no conecta en absoluto con un personaje tan fundamental, y Mia Wasikowska no llega a encajar como la Alicia del mítico cuento. Por el contrario tenemos a la actual pareja de Burton (Helena Bonham Carter) realizando una sensacional aportación al personaje de la Reina de Corazones y una discreta Anne Hathaway como hermana “blanca y pura” de esta última.

Por tanto nos encontramos con una película difícilmente criticable en su aspecto formal, visual, estético, pero muy decepcionante en su aspecto más interno y personal, con una novela de la que se podía haber extraído un sentido más profundo y de la que apenas vislumbramos un ápice de surrealismo ilusorio. Una gran oportunidad perdida de estar delante de la gran adaptación, pero una estupenda oportunidad de disfrutar de un nuevo capítulo, un nuevo callejón sin salida del enigmático universo “Burtonland”.


sergio_roma00@yahoo.es

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