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Pregunta digital a: Juan José Campanella


Con motivo de la presentación de la extraordinaria película "El secretos de tus ojos" tuve oportunidad de hacerle una pregunta al director argentino Juan José Campanella, en los Encuentros Digitales de RTVE.

Pregunta nº 12

Buenas tardes Juan José. Enhorabuena por tu trayectoria como director. Uno de los aspectos fundamentales de tu cine son las historias, que son magníficas. Me gustaría saber cuánde te das cuenta de que estás ante una buena historia y por qué. Muchas gracias.


El tiempo. Cuando dejás pasar el tiempo y una historia vuelve a la cabeza, cuando se rehúsa a dejarse ignorar, esa es la señal de que es la historia correcta. También hay ideas que no te sugieren nada, y otras que te provocan una catarata de imágenes y situaciones.



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Crítica de: Capitán Abu Raed

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Sueños en el firmamento

A pesar de que el cine jordano es un gran desconocido, el director Amin Matalqa firma un drama con bastante acierto y no pocas referencias tanto de Oriente como de Occidente.

La nueva y fantasiosa vida casual de Abu Raed que pasa de ser limpiador del aeropuerto a piloto de líneas aéreas será el escenario a través del cual se reflexione sobre la soledad y sirva también para mostrar de reojo una historia paralela con ejes comunes.

Por momentos, una elaborada fotografía, ayudada por paisajes deslumbrantes, y unas delicadas interpretaciones nos sumergen en un drama que puede resultar familiar en su núcleo más profundo, pero que se ve envuelto por el exotismo y la magia de una localización poco habitual y unos personajes poco corrientes.

El guión seguirá una línea más o menos regular hasta un punto sin retorno donde la historia se verá atrapada en un callejón sin salida.

La grandeza de la sencillez, al servicio de una historia con fundamento.



sergio_roma00@yahoo.es

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Crítica de: Si la cosa funciona

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Dejarse llevar

Abrumados y casi indefensos ante el desfile de mediocres comedias americanas (y alguna que otra española) que circulan últimamente sobre una pasarela de poca exigencia, resulta revitalizante que Woody Allen nos deleite con una nueva comedia, a su más puro estilo y con aires abiertamente desenfadados.
Cierto es que el hábil cineasta neoyorkino recurre con naturalidad a su genuino e identificativo cine, pero no menos cierto es que lo realiza de manera tan brillante y con un guión tan exultante que en ningún caso se le puede tachar de reiterativo o poco original.

Tras su (interesante) aventura londinense y su (discreto) paseo catalán y con un guión guardado durante treinta años, Woody Allen no sólo regresa a su ciudad natal para volver a rodar, sino que regresa al cine que tantos éxitos le ha proporcionado y en el que se mueve como pez en el agua. Desde un primer momento, Allen logra la complicidad del espectador hablándole (literalmente) a la cara y a partir de ahí transportarle a un viaje con tintes divertidamente surrealistas como sólo podrían proporcionar un cruce explosivo de personajes y situaciones.

El primer y principal personaje es Boris Yellnikoff, egocéntrico, misántropo y maniático personaje interpretado sensacionalmente por Larry David, conocido por sus apariciones en la televisión estadounidense, y en un papel que le encaja a la medida. A través de este actor, Allen consigue que un personaje uraño, asocial y a todas luces antipático, resulte interesante, simpático y en la mayor de las ocasiones agradable. No podemos obviar el marcado reflejo de alter ego que posee Yellnikoff respecto a Woody Allen y la facilidad con que a través de él, el director se posiciona en algunos aspectos y se divierte especulando en otros. Reflexiona, afirma, discute y proporciona moldes para adentrarnos en su particularísimo mundo donde cinismo y desvergüenza se dan la mano con el día a día cotidiano. Allen se siente cómodo con el personaje principal, y aunque tiene un guión pre-establecido le deja actuar, le proporciona vida y se deleita observando hacia dónde gira y cómo reacciona en su fortuita interconexión con el otro personaje contrapuesto: Melodie. Terrible y a su vez deliciosamente inocente, inculta y por momentos irritante es el personaje que interpreta la bella Evan Rachel Wood. Una auténtica contraposición a la inteligencia y supuesto raciocinio de Yellnikoff, y que a la larga y tras una peculiar convivencia otorgarán las situaciones y diálogos más divertidos de todo el film. Una provocación que proporcionará por un lado un escenario de momentos irónicos, y por otro una excusa perfecta para confrontar estilos de vida, de pensamiento y de actitud hacia las adversidades.

El amor, está, pero nadie le reclama, es casi anecdótico y no será determinante en sus aspectos fundamentales. Conformarse, dejarse llevar “si la cosa funciona”, y dar importancia al azar en su reverso más irónico es el eje fundamental en el que se moverán toda una serie de personajes con los que Allen juega a hacerlos soñar dentro de las paredes con que la vida oprime.

Irreverente, sin vergüenza y sin complejos. Una obra sin excesivas pretensiones, en un tono engañosamente menor, con la que Woody Allen regresa sus orígenes, y con ello, a la comedia inteligente.


sergio_roma00@yahoo.es

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Crítica de: Destino: Woodstock

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Tres días de amor, paz y música

El Festival de música y arte de Woodstock de 1969 fue uno de los acontecimientos culturales más importantes del siglo XX, no sólo por su carácter musical sino por la fuerte reivindicación social que supuso en un país sumido en una lejana guerra en la que los jóvenes lanzaron una voz unánime, fuerte y solidaria con el utópico interés de cambiar el mundo.

Cuando al versátil Ang Lee le llegó la novela de Elliot Tiber, le atrapó desde un primer momento y decidió dejar a un lado el drama intenso de anteriores películas, para embarcarse en el mundo de la comedia amable y de cierto tono documental.

Captar la esencia, es espíritu, el sentimiento que movió todo aquello es tarea complicada. En 1970 el documental dirigido por Michael Wadleigh obtenía el Oscar al mejor documental y resultó ser el lanzamiento definitivo a un festival que pasó a la historia no sólo por la cantidad de asistentes (se estima que más de 500.000 personas pasaron por sus escenarios) sino por el espíritu que se respiró en todo momento y que lo llevó a situarse en el eje principal de un movimiento antibelicista.

Ang Lee está lejos de captar dicha esencia. Consigue una recreación estimable, pero adolece del clima necesario para una identificación plena. Juega con varios elementos y los maneja a su antojo, pero finalmente no consigue trasladarnos de manera efectiva a aquel mítico festival; camina con paso inestable sobre un barro que en todo momento frena la trayectoria. Nos ofrece una pequeña ventana, a través de los ojos de Elliot Tíber, partícipe involuntario de la organización y con unos problemas personales y familiares que quedan dignamente reflejados en la película, con la inestimable colaboración de un poco conocido Demetri Martin, que consigue un asombroso y particular mimetismo, en lo que es el mayor valor de toda la película. Una interpretación plena de matices y con ardiente toque necesario para resultar convincente sin caer en el exceso, pese a situaciones estrictamente cómicas.

Dicha interpretación junto a una adecuada ambientación suponen un plus de veracidad que se ve diluida por gotas de excesivo planteamiento formal que en ningún caso consiguen captar el recorrido espiritual de una conjunción de aspectos que tenían a la música sobre el eje donde girar, y a los valores humanos y reivindicativos como propósito final. Lee emplea toda una serie de artificios, como largos e intensos planos, división de la pantalla en varios puntos de vista (en un homenaje al documental previo) etc, que permiten aplaudir la técnica, pero que en poco a nada ayudan a lo que se debiera pretender.

Tampoco cautiva respecto al mundo de la música y de la cantidad de componentes que participaron en tan sonado acontecimiento, y lo que debiera ser un primer plano se queda en un marco insustancial donde narrar una historia paralela, que pese a que en un principio tiene cierto atractivo, va poco a poco perdiendo interés conforme se ve atascada en un momento concreto de la película.

Lo que allí ocurrió había que intentar contarlo, y siempre quedará la duda de si Scorsese no hubiese hecho diabluras con un guión como punto de partida, pero un acontecimiento como elemento fundamental donde ahondar en un profundo sentimiento global que cambió la vida de miles de norteamericanos durante tres días de amor, paz y música.


sergio_roma00@yahoo.es

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Pregunta Digital a: Nancho Novo


Con motivo de la presentación de la obra teatral "El cavernícola", tuve ocasión de hacer una pregunta a Nancho Novo, en el Encuentro Digital celebrado por el diario "El Mundo".

Pregunta nº3

Hola Nancho, reciéntemente estuve viendo nuevamente "La ardilla roja", donde considero que estás magnífico. ¿Cuál es el trabajo que más satisfecho te ha dejado en el mundo del cine? Muchas gracias.

El que más satisfecho me ha dejado es uno que todavía no se ha estrenado, se llama 'Animales de compañía'.

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Crítica de: Malditos bastardos

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La venganza se sirve en bobina fría.


Con un letrero inicial que reza “Erase una vez…en la Francia ocupada por los nazis”, Quentin Tarantino, uno de los cineastas más fascinantes y geniales de los últimos tiempos, nos ofrece un adelanto de la marcada pretensión por construir un particular cuento de hadas, una parábola que haga las veces tanto de redención personal a modo de liberación de ataduras, márgenes y cánones, como de puro y simple juguete recreativo. Tanto lo primero como lo segundo lo logra con acierto, y se podría añadir con maestría; el único pero, es lo que se deja en el camino.

Uno de los momentos más sugerentes y también brillantes de esta irregular película lo tenemos justamente al comienzo, en una magnífica escena en la que el habitual “caza-judíos” mantiene una tensa y emocionante conversación con un aldeano francés en la propia casa donde se supone esconde a una familia judía. Este hilo inicial, además de cautivarnos ya desde el comienzo, servirá para la construcción de una historia que se irá desarrollando intensamente en torno a la lucha contra la Alemania nazi desde un frente utópico y romántico (la niña que consigue salvarse en este primer momento) y otro encabezado por un curioso Brad Pitt, al mando de un escaso pero ambicioso ejército, bajo el nombre de “Inglorious Basterds”.

Esta primera escena (o capítulo, como le gusta señalar a Tarantino) también servirá para presentarnos a uno de los grandes hallazgos de los últimos años en el cine del director norteamericano, desde dos vertientes complementarias; por un lado el fascinante personaje (coronel Hans Landa), y por otro el magnífico actor que lo interpreta (Christoph Waltz), que en conjunto suponen de lo mejor de la película.

Desde el comienzo de la película Tarantino echa mano de sus innumerables referencias y si bien en un comienzo la sombra de Sergio Leone y el espagueti western planea de manera evidente, no se puede obviar la figura de Enzo Castellari (incluso tiene un pequeño cameo) y su “Aquel maldito tren blindado” (titulada en inglés “Inglorious Bastards”) también desde un primer momento. Toda una serie de referencias a las épicas bélicas y claramente diferenciables le siguen después como Samuel Fuller, Robert Aldrich (“Doce del patíbulo”) y películas como “El hombre atrapado”, e incluso “Ser o no ser” de Lubitsch o “Esta tierra es mía” de Jean Renoir. Aunque son sin duda las películas norteamericanas de los años 40 de las que más ha bebido el cineasta a la hora de confeccionar este film. Todo un mundo de influencias que como ya sucediera en otras ocasiones se encierran y mezclan en la particular “coctelera tarantiana” para conseguir un exótico licor-pop de indudable categoría y personalidad y de elevado poder embriagador.

A partir de ahí tenemos toda una serie de códigos muy identificativos del cine de Tarantino, en especial esa capacidad casi innata para dignificar los subgéneros, marcarlos en negrita para transformarlos, y sobre todo jugar con sus posibilidades. En este sentido, se permite el lujo de fantasear con la historia y moverla a su antojo, en una mezcla (ciertamente agradable) de personajes ficticios y reales que lleva consigo una reinvención (otra más) en este caso del género bélico en un proceso arriesgado, valiente y del que sale triunfante sin necesidad de acudir a la estricta y recurrente acción.

También nos encontramos con una gran cantidad de interesantes (no tan brillantes como en otras ocasiones) diálogos de largo recorrido y aupados en una irreverente Torre de Babel donde francés, alemán e inglés tendrán que jugar sus bazas y que nos llevará incluso a poder escuchar a Brad Pitt chapurreando el italiano en uno de los momentos más divertidos de la película.

Esta variedad de idiomas le otorga a la película un plus de autenticidad y magnetismo. Ha sido además determinante en la elección de los actores (salvo Brad Pitt en un personaje que no requería excesiva adaptación y que no pasa de ser simpático). Fue importante en la acertada decisión de dar el papel al ya mencionado Christoph Waltz, al correcto Daniel Bruhl (personaje que recuerda al actor veterano de guerra Audie Murphy) y a la excelente Diane Kruger. También destacan Eli Roth y Mélanie Laurent en papeles decisivos. Y no podemos dejar de mencionar la desafortunada decisión de convertir al “Dr. Maligno” en el General Ed Fenech protagonizado por un esperpéntico Mike Myers en uno de los momentos más decadentes de una película que mantenía una acertada línea regular hasta ese instante.

Con todo, Quentin Tarantino nos ofrece una particular versión de la II Guerra Mundial, en un estilo al que no se le puede negar sinceridad y aplomo. Nuevamente y como punto de partida (esta obsesión desde Kill Bill ya empieza a ser preocupante) la venganza vuelve a ser el hilo conductor y el motor que mueve toda la historia. Y por medio de ella nos vamos a encontrar todo un conglomerado de situaciones que permitirán un amplio conocimiento de personajes que si bien por sí solos nunca alcanzan un protagonismo destacado, en conjunto consiguen un enfoque moderno, inusual y terriblemente provocador.

Será, -en un excelente ingenio narrativo- el cine en sí, el encargado de intentar salvar al mundo. En un sentido metafórico y también en un sentido literal, que unido a unas interesantes conversaciones sobre cine europeo entre algunos personajes, conformará un alegato final de amor a este séptimo arte escenificado de manera brillante y original.

Lástima que en el camino se quede una cierta debilidad en la construcción narrativa y un exceso innecesario de subversión del género que nos impide apreciar esta película desde un conjunto más homogéneo y redondo. Para bien o para mal, “Malditos bastardos” es Tarantino en estado puro. Sin una excelente banda sonora (aunque Morricone y Bowie suenan estupendamente), sin un guión espectacular (“Pulp Fiction” es cada vez más insuperable) y con un ligero bajón en el estado de forma del genial cineasta, pero con la convicción de que estamos ante una buena película con sello de autenticidad y estilo propio:

“Nunca sigo los códigos al pie de la letra sino los placeres que procuran” Quentin Tarantino.


sergio_roma00@yahoo.es

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Crítica de: Distrito 9 (District 9)

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Insusual invasión alienígena

Acostumbrados como estamos, a que el cine de ciencia ficción y más en concreto en lo relativo a los extraterrestres, se ajuste a unos cánones pre-establecidos, y se ciña a unas reglas predeterminadas, previsibles y por ende aburridas, es de agradecer encontrarnos productos como el que nos ocupa.

Sin una pretenciosa ambición aparente y sin necesidad de recurrir a acartonadas estrellas del celuloide, "District 9" conforma una más que aceptable película de género, en un universo por descubrir y bajo la segura, certera producción y supervisión de un experimentado Peter Jackson.

En este sentido de ruptura de cánones, una nave nodriza se establece en un lugar muy apartado del clásico USA, como puede ser Sudáfrica. Al entrar en contacto con dicha nave, los humanos se encontrarán con seres de otro planeta, en un estado lamentable y sin causa aparente de supuesta invasión. La respuesta terrenal en un primer momento de confusión, será establecer, justo bajo la nave, una especie de campo de refugiados que dará lugar a una complicada convivencia con todas sus consecuentes visicitudes.

El hecho de rodar cámara en mano y con aspecto de documento periodístico puro, favorece enormemente las aspiraciones de una certera credibilidad y de un protagonismo absoluto de la historia frente a héroes excesivamente clasificables y de las dificiles relaciones de una convivencia que a todas luces debe resultar conflictiva. El aspecto de sobrio documental está por tanto perfectamente logrado y nos traslada a una realidad probable y perfectamente identificable.

En este sentido, existe también una razonable intención de promover adecuadamente un personaje central y determinante que se distancie de un héroe popular e invencible. Un hombre cargado de bondad, y lejos de la acción en sí misma entendida. Un líder que andará con pies de plomo sobre la fina línea que separa la gloria del rechazo, el triunfo de la derrota más infernal.

Con una cara poco conocida en el mundo del cine y a través de un elaborado proceso de evolución-involución asistimos a la transformación (en varios sentidos) de quién en principio estaba destinado a buscar soluciones y acaba siendo un problema, además de una tentadora provocación.

La elaboración de los alienígenas, sin ser excesivamente destacable, es bastante aceptable, resolviendo con sencillez el eterno problema de la comunicación y creando seres que impresionan en algunos planos y se muestran tiernos en otros. Que duda cabe que en ocasiones y dentro de las escenas violentas el derramamiento (o más bien la explosión) de sangre se antoja necesaria, y se resuelve igualmente con naturalidad, ligera estética visual y principalmente alejándose de todo lo que pudiera resultar supérfluo para el resultado que se pretende mostrar.

Moldes clásicos de ciencia ficción, cierta originalidad y una puesta en escena discreta pero efectiva resumen esta nueva aventura alienígena a la que sólo se le echa en falta una mayor profundidad en personajes e historia de fondo y mayor acercamiento a un conflicto al que se intuye se le podía haber sacado mucho más jugo.

Quizás, y con una mayor apuesta presupuestaria, estaríamos hablando en otros términos más elevados, pero aún así, una apuesta segura; avalada y con mayor participación de lo que en apariencia se supone de un Peter Jackson que si algo domina con naturalidad es la capacidad de deslumbrar en sus proyectos.


sergio_roma00@yahoo.es

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Crítica de: Control

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Perder el control de la conciencia

Empleando técnicas puras y eficaces del videoclip, junto con aciertos narrativos, un buen reparto e interesante escenas, el debutante director Anton Corbijn nos presenta un más que aceptable biopic sobre la vida de Ian Curtis, y su banda Joy Division que triunfara allá por los años 70.

Todo parece cuidado al detalle y la pretensión de profundidad veracidad sólo se ve enturbiada por un guión (testimonios de su viuda) que da la impresión de no ajustarse a la realidad de una estrella de rock, que apenas tiene más problemas que los amatorios. Huele por tanto a un exceso de conservadurismo a la hora de emprender el trabajo biográfico.

Esto no empaña un resultado final excelente, muy efectivo y que sobresale principalmente por unos elementos formales apropiados y una majestuosa interpretación de Sam Riley en un papel que pareciera hecho a su medida y que da buena muestra de una preparación acorde con su profesionalidad. Una magnífica mutación personal y músical.

Un proyecto llevado a cabo con el acierto de elegir lo mejor y más apropiado tanto en el reparto como en el aspecto formal y que convierten esta sobria historia en un brillante retrato impresionista que gustará aunque no se conozca apenas nada de la banda.



sergio_roma00@yahoo.es

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Crítica de: Agallas

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Mariscada gris

En nuestro país, el thriller es un género poco tocado, y en general con poco acierto, si exceptuamos interesantes aportaciones como la de Agustín Díaz Yanes en el año 1995 con su película “Nadie hablará de nosostras cuando hayamos muerto”. No estamos, por desgracia ante una excepción en este caso concreto, y sí ante un autocomplaciente ejercicio de asimilación de conceptos básicos del género, con reglas previamente marcadas y cien veces vistas, y un elenco de numeroso clichés y situaciones que convierten la película en un puro producto de entretenimiento que a duras penas conseguiría este ínfimo objetivo si no fuese por alguna situación divertida, y una buena interpretación por parte de Carmelo Gómez.

El debut en el cine de dos “canteranos” de TVE como son Samuel Martín Mateos y Andrés Luque Pérez, se ahoga sin contemplaciones como pez fuera del agua, no cuenta con la frescura y talento de otros debuts más notables. Poca ambición y un excesivo interés por buscar el camino más cómodo, impiden que nos hallemos ante momentos intensos y atractivos de un género sumamente interesante y del que siempre se puede sacar un enorme partido.

Cuenta eso sí, con la inestimable ayuda de una (como casi siempre) formidable interpretación de la mano de Carmelo Gómez, que aúna las suficientes habilidades para que la película adquiera algo de atractivo, aunque sólo sea por ver sus situaciones en pantalla. Tampoco podemos obviar la escasa pero crucial aparición de Celso Bugallo en un –por desgracia- escaso papel, pero con pequeñas joyas como un monólogo bañado de alcohol en lo que se antoja uno de los mejores momentos de la historia. Hugo Silva, por su parte, cumple con suerte dispar una interpretación dividida en dos momentos. Pese a sus loables intentos, su papel es tan ridículo en uno de esos primeros momentos, y tan encasillado, que poco más puede hacer que dejarse llevar por el personaje.

Aparte de eso, poco más. La historia es tan simple, que apenas inquieta: narcotraficantes en una Galicia bajo sospecha. Tampoco hay acción que pudiera elevar el tono de la película, ni unos fascinantes diálogos que mantuviesen un mínimo de interés ante una posible lucha de poderes. Poco más; casi nada.

Han faltado, (y sirva el símil fácil) agallas para emprender un proyecto de mayor factura, ambiciones y valentía, porque moldes había, localizaciones sobraban y la historia prometía.

Aguas de borraja.


sergio_roma00@yahoo.es

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Crítica de: La clienta

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Yo te pago, tú me amas.


Si bien es cierto que el tema de la prostitución es –como bien opina la directora- un tema aún tabú en estos tiempos, más lo es si cabe si hablamos de la prostitución masculina. Y abordarlo por tanto, supone como mínimo un ápice de valentía y cierto descaro. Cierto es también que este citado ápice de valentía se atenúa cuando se cuenta con un éxito moderado de la novela en que se basa la película y que está escrita por la misma directora. Aún así, conviene en principio destacar este factor y tenerlo en consideración.

La citada y polifacética directora Josiane Balasko, rescata un tema poco abordado y sin duda interesante, como es la prostitución masculina, tanto desde el punto de vista del hombre que la practica, como sobre todo de la mujer que se hace con esos servicios. Buscar el trasfondo, los sentimientos, las inquietudes y necesidades de las personas que rodean este mundo es lo que pretende Balasko, a través de un ejercicio que pudiera parecer exhaustivo en un primer momento pero que poco a poco se va quedando en un simpático cuento de hadas que tiene más de “Prety Woman” (“Prety Man” en este caso) que de la excelente “Princesas” de nuestro León de Aranoa.

La vida de una atractiva cincuentona (protagonizada de manera brillante por la veterana y espléndida Nathalie Baye) que necesita de los servicios de jóvenes “gigolós” (putos, si nos alejamos de la pedantería) para cubrir sus necesidades vitales llega a resultar creíble en un primer momento. El ligero acercamiento a su vida, a sus necesidades reales y especialmente a sus motivaciones, hace que el relato vaya perdiendo fuelle a pasos agigantados, y nos vayamos introduciendo en una historia que se va acercando más a una comedia romántica que a lo que en un principio nos habían anticipado.

Sin giros argumentales destacables, ni un hilo conductor estimablemente original, la historia se diluye y naufraga convirtiéndose en un amable cuento que apenas inquieta, donde las dos vidas paralelas que se pretenden narrar se ven bloqueadas por un absurdo intento de buscar romanticismo tan irreal, que denota ese finísimo hilo que nunca debiera observarse y que nos recuerda que todo está caramelizado bajo el manto de una sensibilidad femenina que abriga y protege todo el resultado y que se traduce en la dirección.

La relación entre las dos hermanas que protagonizan la película (una de ellas, Irene, es la propia directora) es de lo más interesante, y quizás lo más destacable pese a que se trate de algo secundario. Dos hermanas que ejemplifican dos aspectos muy relevantes de una sociedad poco sincera: el sueño romántico y femenino de encontrar el príncipe azul, desde dos puntos de vista distantes pero compatibles. Por un lado la esperanza e ilusión pese a las adversidades, y por otro la derrota y desengaño pese a las posibilidades. Dos mundos paralelos y diferentes, pero con un punto en común: el sueño anhelado y casi imposible.

Mucho hay de la propia Balasko en la película y no sólo a nivel sentimental, ya que su propio marido participa en la misma, así como su hija, lo que supone un plus de fraternidad que se aprecia discretamente en el desarrollo de los personajes. Algunos tan interesantes como la mujer de Marco, (el “gigoló” bien interpretado por Eric Caravaca) que se verá en una difícil tesitura de consecuencias desconocidas, y que nos mostrará el sufrimiento de la bella Isabelle Carré en un papel a medida.

Historia poco común, desarrollada de manera elegante en algunos tramos (acompañados por una estupenda banda sonora) y torpemente en otros. Por un lado sinceridad, descaro, frescura y honestidad. Por otro lado, traslúcido cristal de una realidad más profunda, pura inocencia, excesivo y empalagoso tacto, y sobre todo escasa intención de llegar a lo más profundo e incómodo.

Queda en definitiva, aún un mundo por descubrir acerca de este arduo tema.


sergio_roma00@yahoo.es