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Crítica de: Buscando a Eric

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El alma de un futbolista

El cineasta inglés Ken Loach es uno de esos directores que se mueve como pez en el agua navegando por mares de insatisfacción social, desencanto, y crudeza urbana o rural, mostrando lo mejor y sobre todo lo peor de una sociedad que palidece por momentos para mostrar un halo de esperanza instantes después. Y todo con un amplio trasfondo de desilusión política que tan sólo es remediable por ese espíritu burlón e irónico que tan bien sabe aplicar al entramado de sombras previamente creado.

En esta ocasión, con “Buscando a Eric”, huye de la introspección política de “El viento que agita la cebada” o de la reflexión sobre problemas raciales y culturales de “Sólo un beso”, para mostrarnos una cara amable de un personaje anónimo que bien pudiera representar el desaliento de una sociedad que envejece prematuramente ahogada en problemas familiares, económicos y sociales. Un grito anónimo en medio de un ensordecedor murmullo de voces ausentes.

Tras la aportación de una idea inicial del carismático ex futbolista Eric Cantoná acerca de su relación con los aficionados del club de fútbol Mancheste United, el guionista Paul Laverty se puso a trabaja en un guión que conjugase de la manera más afable posible la comedia con el drama, y que tuviese cabida entre medias el pequeño halo de magia que aporta el propio Cantoná. Con ello, la historia se sustenta sobre un deprimido y acabado padre soltero que sólo muestra un ligero chispazo de vida y emoción cada vez que siente las punzadas de la nostalgia clavarse en sus entrañas más profundas. La ocasión perdida, el amor de su adolescencia, los errores del pasado, atormentarán al protagonista hasta que la aparición de su futbolista favorito sea capaz de dar un vuelco a su vida, y de paso a la gente de su alrededor.

Loach se preocupa con verdadera maestría de manejar los tiempos con la sensatez que su larga experiencia le aporta, de manera que el paso de comedia a drama se produce sin excesiva brusquedad y con el velo necesario para no provocar incoherencia o sinsentido en ningún momento y ayudar a que la historia mantenga un lineal desarrollo provocando un previsible pero emotivo final.

No cabe duda que las apariciones de Cantoná son de tal poderío y magnetismo que se corre el riesgo de que oscurezca la historia verdadera, por lo que las mismas están muy seleccionadas y con una adecuada puntualidad, a pesar de que en ocasiones se le eche de menos en pantalla. Es su figura, y sobre todo el personaje creado por él mismo el que estará en todo momento discurriendo por las venas del protagonista principal, y también de unos secundarios que gustan por su naturalidad y buen hacer ante situaciones cotidianas.

Película entrañable, divertida por momentos (aunque haya habido un pequeño y perdonable descalabro en cuanto a la lucha contra la mafia) y con ese acento tan personal que Loach impone en todas sus películas y que nos permite contemplar una obra con carácter, personalidad y en todo momento comprometida y auténtica.

Un realismo social convincente. Un hermoso canto a la amistad. Una luz natural al fondo de un túnel sin horizonte.


sergio_roma00@yahoo.es

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Crítica de: Planet 51

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Planeta plano


Bastaría decir que la sombra de Pixar y Dreamworks es demasiado alargada, para resumir en un primer análisis y en pocas líneas esta ambiciosa comedia de animación española, que se centra en un curioso Planeta de alienígenas que se ven “invadidos” por un no menos curioso astronauta norteamericano. En este sentido, la película recrea unos idílicos años 50 transportados a otro planeta y con evidentes similitudes de la misma década en aquellos Estados Unidos. Pequeñas referencias a películas míticas de aquel país, resultan en ciertos momentos agradables y se antojan como pequeños y humildes homenajes.

Sería imposible en cualquier caso hacer una justa valoración sin considerar los dos aspectos fundamentales que sobresalen (para bien y para mal) en esta película de alienígenas.

En primer lugar, e indudablemente lo primero que aparece ante nuestros ojos es la técnica empleada. Para crear este largometraje de animación con evidente vocación internacional, se ha empleado una tecnología específica para competir al más alto nivel con los principales estudios de animación internacionales. Un intenso trabajo de siete años que tiene sus frutos en imágenes agradables, fluidas, simpáticas, entrañables pero pocas, muy pocas veces espectaculares o visualmente impactantes como se debiera esperar de ella. Es evidente que hay un enorme trabajo detrás de cada fotograma, pero el conjunto final echa en falta un paso más que hubiese conseguido resultados más soberbios. Los personajes no están mal caracterizados y pueden resultar en ocasiones interesantes, pero en una visión global adolecen de algo más de imaginación a la hora de desarrollarlos y darles vida.

El segundo aspecto, y quizás el más importante es el guión. De la mano de un peso pesado como Joe Stillman (co-guionista de Shrek y Shrek 2) lo más suave que se puede decir de él, es que resulta en todo momento decepcionante. Desde su predecible inicio, todo se mueve al compás de elementos ya conocidos, escasos giros narrativos, y una exagerada pretensión de gustar a todos de la manera menos arriesgada, lo que se traduce en un producto con muy poca valentía. Poco original en casi todos sus planteamientos, y con la sombra de Pixar (Wall-E) y Dreamworks (Shrek) planeando una y otra vez, a veces de manera casual y a veces de manera –sorprendentemente- pretendida. Cuesta creer que en siete años no se haya podido cuidar mucho más este aspecto tan esencial en el actual cine de animación, y nadie haya sido capaz de conseguir una verdadera comedia con ingeniosas secuencias divertidas. Si la intención inicial era “elaborar un guión genial”, como así se ha declarado, es evidente que estamos ante un rotundo fracaso.

A pesar del corto metraje que han decidido presentar (escasa hora y media) hay momentos donde el tedio sobrevuela peligrosamente por la atmósfera, y donde nunca se llega a alcanzar un cota digna de mención y que se impregne en el recuerdo como sucede con otras películas de estilo similar.

Por tanto, un más que aceptable desarrollo técnico que dejará buen sabor de boca en líneas generales a los amantes a este tipo de cine pero envuelto en un poco elaborado y escasamente original guión que dejará un agrio sabor de boca a los amantes de buenas historias en las que pasar un rato algo más que entretenido. Porque esto último (ligeramente entretenida) y no mucho más es lo que mejor se puede destacar de un producto que se creó con muchas ambiciones, pero que en ningún caso y a día de hoy, puede competir con los grandes pesos pesados de este género, que dicho sea de paso vive un momento muy dulce.


sergio_roma00@yahoo.es

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Crítica de: Un lugar donde quedarse

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American -low- beauty


Hay dos características esenciales que destacan en el interesante cine de Sam Mendes y que le definen con discreción. Por un lado, el enorme peso que debe soportar, -y que afronta con dignidad- a raíz del éxito de su ópera prima y ciertamente sobrevalorada “American Beauty”, por la que recibió un Oscar hace diez años. A partir de aquella se espera demasiado de sus películas, y generalmente y también por este motivo, suelen resultar en ocasiones decepcionantes (Jarhead) en un exhaustivo y crítico visionado. La segunda característica es su capacidad de adoptar un guión bien estructurado, y otorgarle un ligero y genuino sabor de autor que puede o no dejar indiferente, pero que en líneas generales aguanta el paso del tiempo con una dignidad impropia y sin pretensiones enmascaradas de falsa trascendencia.

En esta ocasión, el cineasta inglés vuelve a modelar personajes, adoptar pensamientos y comportamientos de los mismos, y hacerles bailar al son de una comedia que pretende atrapar el lado más extravagante del género humano y a su vez mostrar sus debilidades más íntimamente escondidas.

Una convencional pareja (inevitable la comparación con su anterior “ Revolutionay Road”) que van a ser padres en breve llegan a la precipitada conclusión de que sus vidas carecen de raíces, y que su lugar lejos de haberlo encontrado, se encuentra aún por descubrir. De esta manera, el atractivo guión de Dave Eggers y Vendela Vida se divide en curiosos capítulos con el nombre del lugar donde pretenden quedarse (Denver, Phoenix, Tucson, Madison, Montreal, Miami…) y que irá motivado por la presencia de algún familiar o amigo a cuál más excéntrico y que centrará por unos minutos la atención del espectador para devolverla finalmente a la pareja protagonista (John Krasinski y Maya Rudolph), que si bien demuestran tener buena química, no terminan nunca de convertirse en una pareja poderosa que pudieran por sí solos mantener en pie la película. En general aciertan en sus simpáticas interpretaciones, pero se les hecha en falta algo más de atrevimiento frente a la cámara. Como secundarios podemos destacar en un inicio a Jeff Daniels como padre atípico, y a una Maggie Gyllenhaal que nos regala algunos de los momentos más divertidos de la película.

Atípica y desigual “semi-road movie” que traslada muchas de las inquietudes cinematográficas de Sam Mendes y que nos proporciona tantos ratos divertidos como momentos planos e irregulares y que se embarca con valentía en un viaje sin retorno en busca de una convencional felicidad, y con un abanico de extraños personajes que mantendrán el interés (con más o menos acierto según se corresponda) sin demasiadas complicaciones, quedándose en muchas ocasiones sin combustible cuando el citado viaje pareciese entrar en su momento más trascendental.

Mendes tira de oficio, maneja con seriedad un elegante guión y nos entrega un elaborado producto, donde la imagen se cuida como en él es habitual y donde pese a las debilidades narrativas se confirma como un cineasta solvente y de maneras contrastadas, al que por ello precisamente se le debe exigir más carga dramática aún en su enfoque tan irónico, y al que se le debe reclamar una más elaborada y estricta mirada social dentro de esa inquietud que consiste en presentar incómodos espejos a personajes envueltos en egos insustanciales.

Queda mucho por descubrir en un director con ambiciones, que de momento nos deja una entretenida y discreta comedia de factura desigual.


sergio_roma00@yahoo.es

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Crítica de: 50 hombres muertos

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La historia del lobo infiltrado


Cuando una película acierta plenamente con el título, por su ingenio y contundencia, (si obviamos la nefasta e incorrecta traducción) qué duda cabe que ya tiene un primer paso asegurado, aunque sea ínfimo. Pero evidentemente eso no lo es todo, y un film que apuesta por mostrar algunos de los entresijos del IRA necesita toda una serie de elementos que vayan conformando un oscuro clímax de tensión e intriga, como lo consiguiese en algunos momentos “Lobo” de Miguel Courtois (si exceptuamos las nefastas interpretaciones de algún secundario) aunque le faltase a aquella más empuje para haber logrado ser un referente.

En esta “50 hombres caminando” también se concentra la trama en un topo, infiltrado o “lobo” que debe colaborar a evitar muertes inocentes a cambio de dinero, y -quizás en su foro interno- limpieza de conciencia.

El problema surge cuando desde un comienzo todo se plantea sobre un escenario de escasa autenticidad. Tanto en la manera de infiltrarse, como en la de abrirse camino, como en la de irse desmarcando, no encontramos los argumentos necesarios para que la historia se nos muestre con su cara más sincera, y sin cicatrices rítmicas que anulan la complejidad de un entorno que debiera ahondar entre lo político y lo irracional y que finalmente se estrella frente a paredes de incomprensión y muros de incredulidad. No ayuda a lograr un ambiente adecuado la sobria pero poco acentuada interpretación de Jim Sturgess, siendo en cambio el trabajo de un maduro y ejemplar Ben Kingsley lo más sobresaliente y destacable en una película que supone un nuevo intento de profundizar en el oscuro y complicado mundo de una banda terrorista.

A lo largo de los años, no pocos directores han logrado con éxito dispar, atrapar el clima apropiado en el que envolver el mundo del IRA. “En el nombre del padre” de Jim Sheridan sea quizás la más popular y la que mayor huella ha dejado tanto por su célebre interpretación de Daniel Day-Lewis como por su calidad fílmica y la conmoción que logra. Pero no podemos olvidar títulos como “Juego de lágrimas”, “Michael Collins”, “Cal”, “Omagh”, “En el nombre del hijo”, "Bloody sunday".... Todas ellas con una encomiable intención de indagar y exponer un particular modo de vida, pero que quizás adolezcan en muchas ocasiones de quedarse a las puertas de haber conseguido una mayor cota de intenso análisis, y alta capacidad emotiva para llegar con absoluta suficiencia al corazón del espectador, tal y como sucede también con la película que nos ocupa. Recientemente "El viento que agita la cebada" de Ken Loach supuso un soplo de aire fresco de realismo (auténtica habilidad de Loach) en un complicado tema en este caso en sus raíces.

Kari Skogland nos ofrece un interesante relato basado en hechos reales, que busca en todo momento la complicidad y comprensión del espectador pero que erra al acariciar momentos de frialdad y situaciones de poca gama narrativa. La película se sigue con suma facilidad, entretiene con cierta destreza, pero se queda con las ganas de dejar en la sala a cincuenta –o más- espectadores impactados.


sergio_roma00@yahoo.es

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Crítica de: The Box

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Caja hueca


Es una lástima que una película que comienza de manera tan intrigante, y que a lo largo de los primeros minutos te mantenga con cierta tensión y un ligero suspense, luego se vaya diluyendo como un azucarillo en vaso de leche, y deje un sabor de boca tan desabrido.

La aparición de una extraña caja, traída por un señor en coche negro, y sin mecanismo aparente, se convierte en todo un acontecimiento en una típica familia “marido encantador, mujer responsable, e hijo adorable”. La llegada de un -más extraño todavía- sujeto explicando que si aprietan el botón de esa caja ganarán un dineral pero morirá una persona que no conocen, consiguen crear un acertado clima de incertidumbre atrayente, y uno no sabe todavía si está ante un thriller de suspense o de ciencia ficción.

Por desgracia, y conforme se van atando los cabos (dejando unos cuantos sueltos) la historia se deshace a marchas forzadas, y lo que en un principio parecía un intrigante relato, poco a poco se va transformando en un infantil cuento que bebe de “The twilight zone” e intenta destacar con mal cogidos retazos surrealistas.

La simplicidad de la historia no sería un obstáculo del todo relevante, si los diversos desenlaces no estuviesen tan agotados y no supusiesen un vano intento por construir un enigma de frágil factura. Todas las explicaciones se vuelven monótonas, y lo peor es ver aparecer al temible fantasma del aburrimiento en algún pasaje de un metraje que pudiera haberse estrechado en el rodaje, y haber ganado algún entero con alguna que otra imágen de marcado tono espectacular.

La aparición constante de Cameron Díaz, como indudable gancho comercial nos deja una interpretación sosa, convencional y en absoluto acorde con el nivel de suspense que se pretende, lo cual no deja de ser otro error en la elección de una actriz que no aporta nada más que su ya consabida belleza. Del mismo modo, su pareja protagonista James Marsden tampoco logra nunca el tono deseado.

Si esta “The Box” se hubiese configurado a modo de serie en tan sólo dos capítulos, estaríamos hablando de un primer acertado, intrigante y esperanzador capítulo inicial, y un decepcionante, pueril, y lineal capítulo final. Lo cuál en líneas generales, nos deja ante un producto con la mera intención de entretener que no termina de lograrlo de manera intensa en ningún momento.

Alguna que otra interesante referencia a Sartre, una sencilla metáfora en torno a las cajas, una aceptable interpretación de James Marsden, y un estimable intento por crear algo novedoso, pudiera salvar esta cinta de acabar en la caja del olvido, o lo que es peor, en un hipotético cajón desastre de películas fallidas.


sergio_roma00@yahoo.es

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Crítica de: A la deriva

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Circunstancial área de servicio

La adaptación de obras teatrales o de textos catalanes es una de las mayores aficiones y por qué no decir, cualidades de Ventura Pons. En este caso, el libro “Area de server” de Lluis Antón Baulenas, será el marco perfecto a través del cual el director encontrará la ventana adecuada para mostrarnos todo un imaginario bohemio de personajes sin raíces, futuro indefinido o simplemente sin ambiciones.

La historia gira en torno al personaje principal (Anna) llegada de Africa donde ha trabajado como enfermera en una ONG y de vuelta a una vida cotidiana, muy diferente a la llevada anteriormente y con un giro radical de valores, visión de la vida y un arsenal de sentimientos contradictorios. Anna vivirá a partir de entonces en una caravana que desde un pintoresco camping se desplazará a un área de servicio donde echará alguna raíz, que junto a su trabajo de seguridad en un hospital psiquiátrico la darán a conocer nuevas vidas, nuevos amores, o deseos, y un suelo social más o menos habitable. María Molins se encargará de dar vida a este complicado personaje y lo hará con oficio y singular capacidad para otorgarle una eficacia necesaria y a la postre uno de los mayores valores de la película.

Qué duda cabe que nos encontramos ante una historia eminentemente de personajes. Cada uno con su vida personal enjaulada en un halo de misterio que Pons se encarga de potenciar y promover. Un misterio, que si bien en muchas ocasiones se agradece y se contempla como un punto positivo en el mencionado juego de personajes, en esta ocasión consiguen que la historia alcance cotas de estrechez poco deseables y se quede encerrada en un universo de incógnitas nada apetecible y poco evocador. El comentado personaje de Anna es probablemente el mejor construido, pero hubiese sido necesario un mejor enfoque de unos secundarios que se antojan significativos y que debieran aportar un mayor potencial descriptivo en una historia que se presenta como interesante en un principio y que no puede evitar verse diluida en un mar de excesivas intrascendencias y en un cristal de inevitable contemplación traslúcida. Tampoco ayuda la esperpéntica aparición de Boris Izaguirre haciendo de sí mismo, en un personaje perfectamente prescindible ni la insulsa aparición de Arcadi como contemplador atónito de escenas sexuales, del que poco jugo ha podido sacar el excelente actor Fernando Guillén.

La capacidad de Ventura Pons de fabricar o adaptar historias nos deja verdaderas obras interesantes y otras como esta película veintiuno de su carrera, que desemboca en una incertidumbre poco nítida y en un mundo bohemio y abstracto poco pulido y falto de un necesario marco emocional adaptable y conciso.

A pesar de esto, es una película que se deja ver, y que como poco no deja mal sabor de boca.


sergio_roma00@yahoo.es