Crítica de: La prima cosa bella

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Las bellas historias bien contadas

En muchas ocasiones la belleza ha supuesto paradójicamente una barrera infranqueable por mujeres que se querían abrir paso para mostrar su verdadero talento a base de coraje y valentía. Si nos trasladamos a la Italia de 1971 y a un pequeño pueblo, como en esta bella película, los problemas se acentúan considerablemente.

Un modesto concurso de belleza es el detonante de un conflicto matrimonial del que, como casi siempre, serán los hijos las víctimas y testigos incrédulos de los acontecimientos. Uno de estos testigos, el hijo mayor, será el que nos aporte una visión colectiva de pasado y futuro pero a través de un prisma melancólico y abiertamente equivocado, como se irá comprendiendo a lo largo de la película.

Paolo Virzi dirige esta estupenda realización italiana, narrada de un modo clásico y con la sencillez que atesora un talento a la hora de contar historias, como ya demostrase en el año 2003 con “Caterina se va Roma”. El estilo nos retrotrae a algunas magníficas composiciones de Roberto Benigni o historias de Michael Radford y la combinación de narraciones pasadas para entender diálogos y situaciones presentes se realiza de un modo perfecto para el equilibrio de una narración que si bien pareciera que en algún momento pueda decaer consigue finalmente sostenerse con verdadera solvencia a lo largo de las dos horas de film.

Un gran trabajo también de dirección de actores permite componer un amplio retrato de época pasada y presente fácilmente perceptible donde cabría destacar a la actriz protagonista Micaela Ramazzotti, y a la hermana del “narrador” ya en el año 2009, Claudia Pandolfi. Ambas reflejan una gama amplia de sentimientos y sensaciones y consiguen afianzar la idea de que la historia tiene un por qué y necesita ser liberada de algún modo.

A pesar del drama evidente en todo momento, hay un pequeño hueco para la comedia y para la sonrisa, gracias principalmente al carácter del personaje principal (Anna) que a pesar de todo por lo que tiene que pasar, mantiene un contagioso optimismo que se traduce en un marco de alegría inusitada en todo lo que la rodea.

A pesar del clasicismo, son indiscutibles ligeras señas de identidad, de manera que sin hacer mucho ruido se ha logrado una más que correcta película sobre una bella historia que sirve a Paolo Virzi como liberación y una muestra más de talento, y al espectador para volver a disfrutar del cine a la manera del cuentacuentos.


sergio_roma00@yahoo.es

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