Crítica de: La clase

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Entre los muros

Que en plena era digital, donde probablemente en breve asistamos a una revolución en cuanto al concepto que se tiene del cine, aparezcan películas como “La clase” (“Entre les murs”) y obtengan la aceptación del público y el reconocimiento de la crítica me parece que dice mucho de la buena salud actual del cine, y sobre todo refleja un esperanzador mensaje de cara al futuro.

“La clase” se desmarca de cualquier estereotipo de cine convencional (que nadie se espere encontrar algo similar a "Mentes peligrosas") y se integra directamente en un tipo de cine en el que las fronteras entre ficción y documental se diluyen, o son tan imperceptibles que en ocasiones cuesta reconocer ambos modelos de manera separada. En este sentido se encuadra dentro de una larga tradición que incluyen obras maestras de neorrealismo como “Roma, ciudad abierta” de Rosellini, o la habilidad para la captación de momentos sumamente improvisados de Miguel Gomes o Raya Martín, y sobre todo la manera en que ha logrado fusionar ambos términos el genial cineasta chino Zhang-ke, autor de obras como “Naturaleza muerta”.

La película, basada en la novela del escritor (y protagonista de la película) François Bégaudeau sobre la vida en las aulas, se configura como un relato cuasi documental, acerca de un año escolar de una clase concreta con sus correspondientes alumnos y profesor o tutor.

Existe una evidente apariencia de improvisación e interpretación natural, debido en gran medida a que los alumnos son reales, de ese mismo colegio y no se trata por tanto de actores profesionales. Pero paradójicamente todo está perfectamente ensayado, y se basa en un guión que si bien en un comienzo parece no poseer ninguna línea narrativa, poco a poco va adquiriendo tanto argumento dramático como cierta tensión impredecible. En este sentido, el director Laurent Cantet tuvo muy claro qué es lo qué quería y cómo lo quería conseguir, y si bien juega con esa baza de espontaneidad de la que se nutre en todo momento también tiene claro un punto a dónde quiere llegar y los elementos que conformarán dicha travesía. Para ello echa mano sustancialmente de primeros planos, en un claro intento de aislar a los personajes, jugando con la profundidad de campo y el desenfoque.

Dentro de la clase, Cantet empleó tres cámaras de Vídeo HD; una enfocando en todo momento al profesor, otra al alumno que en ese momento está hablando, y una tercera, quizás la más importante que se dedica a captar aquellos pequeños y cotidianos detalles que permiten un acercamiento a la realidad cotidiana. Momentos impredecibles, nada calculados y abiertamente indiscretos que incluyen miradas, movimientos, gestos e incluso actitudes que ayudan –mediante un adecuado montaje- a conseguir un conjunto esencial de lo que sucede en una sencilla clase de una escuela pública cualquiera. Para apoyar el concepto de ficción, Cantet se inventa un personaje (niño inmigrante poco integrado) que será el eje central de la película a través del cuál se configuren varios e interesantes debates y reflexiones. Sin exaltaciones dramáticas, con una ficción despojada de todo artificio y con un punto de vista objetivo, y distante que permite la observación plena y transparente.

La historia no sólo constituye un argumento dramático, sino que supone en cierto modo una denuncia, o toque de atención a un sistema educativo que poco a poco va perdiendo valores, y que se enfrenta a las dificultades que supone impartir educación, así como la falta de autoridad de profesores que se muestran impotentes ante situaciones adversar y en múltiples ocasiones inevitables. Una preocupación que ya compartió su compatriota Bertrand Tavernier en la magnífica “Hoy empieza todo”, en una similar realización.

También se plantea en gran medida una reflexión sobre la pertenencia a una comunidad, ya desde muy pequeños y los problemas que ello conlleva a niños donde su personalidad se está formando, y en un ambiente naturalmente mestizo, y en ocasiones abiertamente hostil.

Todo está perfectamente cuidado, tratado con mucho tacto y con la profesionalidad de quién quiere mostrar la esencia misma de un sistema educativo a través de una mirada sincera. Para ello confluyen ficción y documental, en un informal intercambio de códigos, que tanto recuerdan al genial cineasta iraní Abbas Kiarostami en películas como “Y la vida continúa”.

No es de extrañar por tanto que la película tuviese tan buena acogida en el Festival de Cannes (Palma de Oro), y opte al Oscar a la película extranjera.

Por lo pronto se presenta en nuestras carteleras como una interesante, agradable y sobre todo esencial propuesta de un cineasta comprometido y un cine donde ficción y documental mantienen un pulso permanente bajo la atenta y desafiante mirada de unos muros que encierran aprendizajes, disputas , decepciones, y por supuesto sueños.


sergio_roma00@yahoo.es

2 Cine-Comentarios:

  1. Anónimo dijo...:

    Alberto Q.
    www.lacoctelera.com/traslaspuertas

    Parece una de las favoritas de los críticos de EEUU y también está siendo bien acogida en Europa.

    ¿Estará mejor que Gomorra, a pesar de que la italiana se hace un poco larga...?

    Saludos
    Gracias por dejar su huella en mi blog, Sergio.

  1. Un buen post !!!
    Y un buen blog !!!
    Buena semana Sergio
    Un abrazo cinéfilo

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