Crítica de: Cafe de Flore

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La complejidad de las almas gemelas

En el año 2005 una película canadiense nos sorprendía por su brillantez a la hora de tocar ciertos temas con bastante inteligencia, su madurez en abordar relaciones familiares y su fluidez combinando drama y comedia de manera notable. Todo ello acompañado por una estupenda banda sonora. Aquella película era C.R.A.Z.Y., que se convirtió en todo un fenómeno internacional y su director era Jean-Marc Vallée. Siete años después, y “reina victoria” mediante, nos llega “El café de Flore”, con algunos elementos coincidentes en aquella película pero con una fuerte personalidad propia y muchos otros componentes independientes.

La posibilidad (o no) de la existencia de las almas gemelas y la dificultad en despegarse de aquella persona que siempre se ha querido son los argumentos principales que Jean-Marc Vallée emplea para contarnos dos bellas historias que quizás tengan algo en común, a pesar de la distancia de época (años sesenta y época actual) y de ciudades (París y Montreal). Vallée construye dos historias aparentemente independientes (aunque podamos encontrar ya desde un principio lazos comunes en torno a sentimientos) otorgándolas la carga emocional suficiente para poder seguir ambas con cierto interés. Por un lado nos encontramos en el París de los años sesenta, con una madre que acaba de tener un hijo con Síndrome de Down y su lucha por conseguir que sea feliz y viva más años de los que en principio tiene de margen por su enfermedad. Se presenta el amor pasional de una madre, interpretada por una excelente Vanessa Paradise en una relación con su hijo tan bien trabajada y tan bien cuidada que la naturalidad y la afinidad conseguidas entre ambos merecen toda una mención especial. Por otro lado, la aparente perfecta vida de Antoine (Kevin Parent) un maduro hombre adinerado de cuarenta años con una mujer a la que ama con locura y unas hijas que adora se nos va presentando poco a poco como no tan perfecta o estupenda y su pasado juvenil será el eje para comenzar a construir un puzle que sin duda alguna el director canadiense se ha encargado de elaborar con la minuciosidad de un cirujano. La notable interpretación de Kevin Parent ayudará a comprender la situación que atraviesa y lo incomprensible que le resulta todo.

Dos historia paralelas bien trazadas, en un extraordinario trabajo de montaje (realizado por el propio director), unas interpretaciones fascinantes, una fotografía más que acertada a cargo de Pierre Cottereau y todo ello ambientado con una banda sonora que no sólo acompaña a la película, sino que se convierte en un personaje más de importancia ilimitada. Especialmente el tema homónimo “Café de Flore” de Matthew Herbert, el cuál fue el que dio origen a que Vallée se imaginase este proyecto, y que se presenta en la película como una pieza clave y fundamental. Junto a este tema nos acompañará (y protagonizará) también la música de los majestuosos Sigur Ros, de Stars of the Lid, The Cure o Pink Floyd conformando una banda sonora de la que el director canadiense se siente tan orgulloso de haberla seleccionado y presentado como de la misma película en sí, pudiendo entender con este aspecto hasta qué punto es importante la música en las películas de Vallée.

Todo en la película se desarrolla con elegancia, con la dosis justa de dramatismo emocional (a pesar de lo fácil que hubiese resultado caer en esa trampa) y sin hacernos perder en ningún momento un hilo que más tarde el espectador no tendrá otra opción que amarrarlo y buscar a través de él explicaciones y respuestas.
Café de Lore es una delicatesen con la que disfrutar sobre las historias de amor poco comunes, atemporales, trágicas e incluso obsesivas.


sergio_roma00@yahoo.es
twitter: @sergio_roma

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