El Havre
El cine de Aki Kaurismäki se mueve en ámbitos completamente diferentes a lo común desde sus inicios, camina por un mundo tan personal e incluso intelectual que en ocasiones tiene su dificultad seguirlo, pero sin duda alguna el esfuerzo merece la pena al contemplar obras maestras como la que nos ocupa.
Kaurismaki, al igual que en numerosas ocasiones anteriores se preocupa por el ser humano, por los problemas que corrompen a la sociedad y al mismo alma que la persigue y lo hace desde una óptica diferente. El problema de la inmigración en Europa es aquí tratado desde múltiples vertientes de manera que en ningún momento se pierde su personalísimo estilo, pero a su vez añade un enfoque particularmente dramático al asunto otorgándole la importancia que merece.
Influencias como Luis Buñuel, Jean Becker, Robert Bresson, Yasujiro Ozu, Vittorio De Sica, Douglas Sirk, Hopper, Frank Capra, Marcel Carné, Jean Renoir, Jacques Demy siguen siendo parte fundamental de su cine y así se vuelve a comprobar en “El Havre”, donde están todos y cada uno de ellos en un magistral cocktail que solo un cineasta de esta embergadura sería capaz de componer sin caer en imitaciones ni referencias banales.
Es por ello que el romanticismo que subyace en toda la historia nos envuelve como una finísima tela compuesta de hielo, que es a donde Kaurismaki nos quiere continuamente llevar. La frialdad con la que nos presenta a los personajes en algunas ocasiones no es evidentemente casual, y forma parte de un universo donde el cineasta se mueve con auténtica libertad y donde la historia adquiere parámetros elevados a modo incluso de cuento de hadas.
El niño africano que llega de manera oscura a la ciudad francesa de El Havre apenas tiene esperanzas, y es a través de ese niño donde Kaurismaki aúna las esperanzas de la sociedad en general enfrentando a dos personajes más, Marcel, el humilde limpiabotas que le ayuda, y Monet el impávido inspector de policía que se mantiene alerta. Tanto Marcel como Monet nos presentarán continuamente caras de distintas monedas y diferentes maneras de afrontar el problema, existiendo en todo momento la esperanza en forma de grito ahogado. Una esperanza que metafóricamente simbolizará la mujer de Marcel, cuya vida pendiente de un hilo será también la vida pendiente de un hilo de cientos de inmigrantes que llegan a Europa sin apenas esperanza, y del mismo modo la posible recuperación de la mujer podría simbolizar la utópica recuperación de una sociedad atascada en valores morales superfluos y corrupta en sus aspectos más generales de humanidad inminente.
Kaurismaki se reserva el calor sentimental y hace un uso escueto de espectáculos emocionales para lograr una verdadera construcción interior, y un magistral uso de encuadres y planos descartando con acierto todo lo superfluo. Esta depuración formal nos obliga a observar la película desde una mirada intensamente moral, contenida, dejando que las emociones fluyan a su antoja y se reflejen aleatoriamente como ese magnífico plano final marca de la casa de Ozu.
El havre es una obra maestra que nos permite situar el cine de Kaurismaki en un escalafón muy superior dentro del cine contemporáneo y sin duda alguna digno sucesor y alumno aventajado de todos los cineastas citados al inicio, sin cuestionar en ningún momento que el cineasta finés posee un personalísimo estilo narrativo y visual que nos permite identificarlo, valorarlo y admirarlo al instante.
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