Crítica de: Uranya

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Sueños de amor prohibidos

Como una genuina propuesta griega desde su música inicial, pasando por escenarios rurales propios, hasta personajes autóctonos inconfundibles, se nos presenta esta comedia dramática que cuenta a modo de “El camino” de Delibes una simpática y amable historia de un grupo de cinco amigos obsesionados con la idea disfrutar los placeres de Uranya, mujer ampliamente conocida por los varones de este pintoresco lugar griego, para lo cuál ahorrarán dinero durante el tiempo que sea necesario hasta que cierto día se verán en la disyuntiva de tener que elegir entre dos suculentas ofertas en las que emplear este dinero.

La historia se desarrolla de manera pretendidamente lenta, con ligeros espacios para la risa (o más bien sonrisa) que no llegan a deslumbrar por sí solos y con una carga dramática –y en ocasiones romántica- discreta, sin llegar a ocasionar grandes estragos en espectadores de lágrima fácil. La pureza dramática y la historia amable y sencilla es el eje fundamental en el que el director Costa Kapakas centra su fábula sin excesivas complicaciones metódicas ni narrativas, buscando una amplia oferta de público al que reunir en las butacas del cine.

Kapakas se presenta como un director algo conservador que además aprovecha –de manera engañosa- el poderoso influjo de la explosiva belleza de Maria Grazia Cuccinota para atraer ya desde el cartel inicial a un espectador medio a través de un previsible erotismo que en ningún momento se vislumbra. Además, el papel de Maria Grazia es tan pequeño que ni siquiera se la puede valorar más allá de sus evidentes encantos femeninos, a pesar de que apunta bastante como actriz desde que nos deslumbrase con la maravillosa “El cartero y Pablo Neruda”.
Sí podemos en cambio destacar la generosa interpretación de los niños en general y de Aris Tsapis en particular aportando la necesaria ternura que necesita esta película para poder sostener el tono romántico que gira en torno a ella.
A pesar de que existe un ligero trasfondo político, su profundidad es tan escasa que apenas puede tenerse en cuenta sino como un mero artificio para añadir algo más de dramatismo a una historia ya de por sí humilde y afable.

Es indudable que Theo Angelopolus sigue siendo el referente internacional cuando se echa una ojeada al cine griego y a Kapakas de momento no se le puede elevar al trono de los dioses del Olimpo, lugar en el que se encuentra aquel por méritos propios, desde hace ya unos años.

Nos encontramos por tanto ante una película familiar, donde se respira en todo momento un clima de simpatía mundana, ambientes cotidianos y personajes corrientes que se perfilan como meros acompañantes en un sueño infantil por conquistar la Luna en un vuelo cargado de deseos, añoranzas y por supuesto la búsqueda del amor prohibido personificado en Uranya.

sergio_roma00@yahoo.es

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