Crítica de: The artist

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La belleza y magia del cine mudo

Es inevitable sentir cierta curiosidad cuando nos encontramos con una película francesa de cine mudo en pleno siglo XXI, donde el cine viaja por caminos (no siempre acertados) de una exultante modernidad y tecnología.

Conociendo la escasa filmografía del realizador Michel Hazanavicius tampoco podemos discernir con qué tipo de película nos podemos encontrar, por tanto la expectación a la hora del visionado si no es máxima, al menos alcanza niveles importantes sin saber nada más de ella.

No hacen falta muchos minutos para saber que la película te atrapará por completo. Y lo irá haciendo poco a poco, fotograma a fotograma hasta llegar en algunos momentos incluso a enamorar. Y esto sucede por numerosos factores. Probablemente la magia –eterna- del cine mudo sea uno de ellos aunque no necesariamente el principal. Si comenzamos por el principio, la historia, siendo puramente romántica (el ascenso y descendimiento de una estrella de cine y el enamoramiento entre medias) nos permite reconocer numerosos aspectos que aún hoy contienen enorme vigencia, y sirven de identificación en no pocos casos. El tema concreto de la caída de una estrella de cine (que tan magistralmente relatara Billy Wilder con la obra maestra “El crepúsculo de los dioses”) por los motivos que fuere, tiene su espejo contemporáneo en las continuas transformaciones de una sociedad que avanza a pasos agigantados y que obliga continuamente a una adaptación que no siempre resulta sencilla. En este sentido, la empatía con el personaje principal es máxima, pero aumenta si además como amante del cine, encontramos similitudes con personajes de Gene Kelly especialmente con Don Lockwood en la maravillosa “Cantando bajo la lluvia”, película a la que rinde un descarado y acertado homenaje o cierto aire (en el descenso) al Don Birnam de “Días sin huella” también de Billy Wilder.

Jean Dujardin (“Pequeñas mentiras sin importancia”) encarna perfectamente el papel de actor de éxito en un primer momento y de estrella fracasada después realizando un trabajo interpretativo magistral y un resultado insuperable. A su lado Bérénice Bejo (“El Infierno de Henri-Georges Clouzot”) nos muestra el otro lado de la cara, y su adaptación al formato mudo resulta acertada sin llegar a la brillantez, pero con el encanto necesario (incluso mostrando recordándonos la ternura de Chaplin en algún pasaje) para no desentonar con una historia que no admite el mínimo descenso narrativo ni interpretativo. Una historia que bien podría ser una de las más bonitas historias de amor del cine y que está narrada con la elegancia de quién escribe sintiendo la historia y con minuciosidad a la hora de emplear elementos y herramientas de cine mudo sin quedarse en artificios vacuos que nos impidan llegar al fondo del asunto o perdernos en el vacío de la forma. Más bien, y al contrario, la forma y la manera de narrar este bello cuento enriquecen cada momento, y permiten que la magia del cine se apodere de la sala, y que soñar e imaginar (facilidades que permite el formato mudo) se conviertan en obligados verbos a la hora de disfrutar plenamente de esta extraordinaria película.

Es indudable que todo este conjunto bien elaborado, y no habiendo diálogos, necesita una música adecuada, que de la mano de Ludovic Bource (“OSS 177. Perdido en Río”) consiguen conformar un todo majestuoso y nos permiten disfrutar de una sinfonía emocionante que aporta el poder necesario para que la historia discurra por los caminos más adecuados. Del mismo modo, conviene destacar una fotografía a cargo de Guillaume Schiffman (“Gainsbourg (Vida de un héroe”) cargada de elementos y detalles que ayudan a que el romanticismo adquiera su tono más elevado junto con la mencionada música. Si a todo ello le sumamos una dirección artística más que adecuada, encontramos la redondez de una película que nos transportará y nos hará disfrutar como pocas.

“The artist” contiene además algún que otro elemento cómico (casi todos protagonizados por el perro acompañante del protagonista) y ciertos pasajes nos descubren un cierto realismo mágico (sobresaliente ese sueño en el que George Valentin descubre el sonido de un vaso) que lejos de resultar poco convincentes le aportan un punto de belleza nada desdeñable, en una película que brilla con luz propia. Una película que rinde homenaje al cine en general, y al cine mudo en particular, llena de matices, de sensacionales metáforas y símbolos con una belleza pocas veces vista en una sala de cine.

Si el futuro del cine permite un hueco para este tipo de formatos cinematográficos nunca olvidados, bienvenido el retorno al cine mudo y de enhorabuena nos encontraremos cada vez que Michel Hazanavicius decida deleitarnos con un producto similar: valiente y magistral.



sergio_roma00@yahoo.es
twitter: @sergio_roma

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